Por primera vez en la historia de Vigo un rey de España visita la ciudad. Es el joven monarca D. Alfonso XII, el pacificador, que apenas hace dos años ha subido al trono y desea conocer personalmente a las gentes y tierras que gobierna.
Tras una estancia de ocho días en Santiago, un fugaz tránsito por Pontevedra y una demora de casi cuatro horas en el Castillo de Soutomaior, adonde, fuera de programa , le llevó el Marqués de la Vega de Armijo, llega D. Alfonso a la estación de Vigo, a las ocho de la noche, en el tren real que había tomado en Redondela. La impaciencia y el entusiasmo de los vigueses corren parejas. La ciudad hierve de fervor patriótico y alfonsino; la calle Príncipe está iluminada, las casas lucen colgaduras, el muelle del Ramalillo se adorna con un templete donde flamean múltiples banderolas, la Casa Consistorial y las plazas que la flanquean ostentan los mejores atavíos de la ciudad. La banda local, la de Ponteareas y otra de Infantería de Marina, lanzan himnos al viento en diversos lugares de la población. En veinte carretelas, todas las que había a la sazón en Vigo, las autoridades escoltan la del monarca desde la estación a la Colegiata, pasando por la calle del Príncipe. Aquí el entusiasmo se desborda. Desde los balcones, las más hermosas sonríen al más joven de los monarcas de Europa y le obsequian con “flores, coronas, poesías y ramilletes”- según una crónica de aquel gozoso día. Los vítores son continuos y el Rey corresponde con un abierto ademán y una franca sonrisa.
En la Colegiata se canta un Te Deum oficiado por el Obispo de Tui. El rey vuelve a tomar su carretela y otra vez por la calle del Príncipe y la del Ramal, desciende al muelle del Ramalillo, para embarcar en la falua de la fragata Victoria, que enarbola el morado pabellón real. La escuadra había llegado este mismo día, desde Carril. Acompañan a D. Alfonso los ministros de Gracia y Justicia y Marina, así como las altas personalidades de su séquito. En Vigo se ha concentrado la plana mayor de los políticos de la provincia, y al frente de ellos en Marqués del Pazo de la Merced. Al abandonar su coche en el templete del muelle, advierte don Alfonso que, entre las flores que el pueblo le ha dedicado, hay algunos papeles, con memoriales y peticiones, y otros conteniendo poesías impresas. Ordena que sean recogidos y llevados a su cámara del Vitoria. Mientras el Rey descansa en la nave, la ciudad se regocija en la Alameda, lanzando al espacio, entre baile y baile, globos y cohetes de lucería.
1 de agosto de 1877. Xosé María Álvarez Blázquez. «La Ciudad y los Días. Calendario Histórico de Vigo» (Editorial Monterrey, 1960).