Los reflejos en la fachada y la luz tenue del conjunto, junto con las siluetas de los árboles y los arbustos del bulevar, y ese coche difuminado por velocidad, le dan a la escena un aire misterioso, triste, y tan metálico como esa aleación de hierro y carbono cada vez más presente en nuestras vidas cotidianas, como si nuestras almas también estuvieran fabricadas con acero.