Estos días se conmemora el 120º aniversario del colegio Niño Jesús de Praga, en la ciudad de Vigo. Se trata de un acontecimiento que me resulta particularmente entrañable porque fue mi primer colegio. Entré en ese colegio cuando tenía cinco años, en una época, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo XX, cuando la ciudad de Vigo no era tan populosa como en la actualidad y muchas de sus calles ni siquiera existían.
La entrada principal del colegio estaba en la Rúa Areal porque la actual Rúa Rosalía de Castro no existía, era un conjunto de fincas y caminos de tierra que con la lluvia se convertían en un auténtico barrizal. El colegio era mucho más pequeño, con su patio, y con menos alumnos que en la actualidad, pero con el mismo cariño y entrega de siempre a una profesión de enorme responsabilidad: la educación.
Mi primer día de colegio no fue agradable porque estaba asustado. Echaba de menos el estar en casa con mi madre, que se llamaba Juana y que había enviudado cuando yo sólo tenía dos años y medio, por eso vivíamos con mis tíos, Lola, hermana de mi madre, y su marido, Ismael, que fue otro padre para mí. Con el paso del tiempo el colegio fue ocupando su propio espacio y conocí a personas con las que todavía guardo relación.
Uno de mis recuerdos más intensos es mi primera profesora: Sor Dolores, perteneciente a la orden Hijas de la Caridad. Otro recuerdo que resulta curioso es un enorme libro con el que nos enseñaban Historia Sagrada y que ahora está sobre un atril a la entrada del colegio. También recuerdo -y lo he contado en otras ocasiones- el fallecimiento del Papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958, que causó una gran conmoción en el colegio. Al cabo de unas semanas, el 28 de octubre, eligieron al Papa Juan XXIII y el colegio se llenó de tanta alegría que las monjas nos regalaron un puro de chocolate a cada uno.
A los siete años abandoné el Colegio Niño Jesús de Praga, sin embargo, nunca olvidé ni el colegio ni mi primera profesora, Sor Dolores, con la que mi madre llegó a hacer una gran amistad. Los que pasamos por aquellas aulas recibimos unos valores que han permanecido indelebles a lo largo de nuestras vidas, un tesoro de incalculable valor que no se compra con dinero porque fue elaborado con abnegación, con total entrega, con enorme generosidad, características que siempre han correspondido al Colegio Niño Jesús de Praga, que ahora celebra sus 120 años de existencia.