No se admitieron -hay que decirlo claramente— las alternativas presentadas por la compañía que había explotado el servicio de transporte urbano durante décadas. Había demasiados intereses en juego. Ese año comenzaron a circular los autobuses urbanos coexistiendo con los tranvías hasta final de año. A la ciudadanía de Vigo se le vendió la modernidad, a pesar de que los tranvías eran ecológicos, puesto que se movían con energía eléctrica. En aquel momento hubo una gran controversia con la desaparición de los tranvías y con los intereses —grandes intereses— creados con un cambio tan trascendente. Pero al cabo de los años aquello ha quedado totalmente olvidado y casi nadie lo recuerda ni habla de ello. Hoy, ya pasadas varias décadas, se puede comprobar que los autobuses ofrecen un buen servicio público, sin embargo, no resuelven los atascos que se producen a las horas punta y contaminan con sus escapes. Hay que reconocer que los autobuses urbanos constituyen un buen servicio para la ciudad más grande e industrial de Galicia, cierto, pero es una lástima que la ciudad de Vigo no hubiera querido conservar algunas lineas de tranvías que hubieran tenido un gran interés turístico en la actualidad, como era la linea de Samil y la de Baiona.