Vigo tardó milenios en asociar la playa al verano. Como en el resto del mundo, no fue hasta finales del siglo XIX cuando los arenales se comenzaron a ver como un lugar para solazarse y tomar baños de mar. Hasta entonces eran lugar para la pesca, para recoger algas con que fertilizar las tierras, fondeadero de embarcaciones o incluso cementerio donde enterrar a los muertos, como se hizo en las islas Cíes durante mucho tiempo. A nadie en su sano juicio se le ocurría ir a darse un chapuzón o a broncearse.
Todo esto llegó hace poco más de siglo y medio, cuando en 1860 fundaba la primera casa de baños de Vigo el industrial Norberto Velázquez Moreno, un riojano afincado en la ciudad que erigiría también un gran teatro. Aquel primer balneario estaba situado junto a las baterías de A Laxe, donde hoy se levanta el hotel Bahía, y ofrecía remojarse en el mar y también, baños de agua caliente, en cómodas piscinas. La idea triunfó y surgió la competencia. El industrial Clemente Soto abría en 1896, en O Berbés, junto a la calle Real, el balneario “La Iniciadora”, que además de los baños programaba conciertos y festivales de danza.
Pero la primera playa en ser conquistada como tal fue la de San Sebastián, situada frente al cementerio de Picacho, donde hoy se encuentra la gasolinera de Beiramar. Aquí acudieron los vigueses hasta bien entrada la década de los 50, cuando el tranvía hacia Baiona comenzó a ser la mejor opción para acudir a la playa, y comenzaron a triunfar las mismas que hoy en día, ya en las parroquias de Alcabre, Coruxo y Canido.
El escritor Amador Montenegro recuerda que, a principios del siglo XX, nadie acudía a bañarse antes de la festividad del Carmen, el 16 de julio, cuando se bendecían oficialmente las aguas y quedaba inaugurada la temporada de baños. Una cuerda separaba el área de baño de las mujeres de la de los hombres, unas y otros vestidos casi completamente para probar las olas: “Los modelitos de las señoras y aún de los caballeros hacían aún más incomprensible la cuerda de separación”, apunta el cronista.
Casetas con ruedas
Los playistas se vestían para el baño dentro de casetas provistas de ruedas, que se deslizaban luego arena abajo hasta el borde la marea, sobre unos tablones a modo de raíles. A salvo de mirones, sólo eran visibles cuando se desprendían del albornoz y se sumergían en el mar para unos baños que, a menudo, eran cronometrados por los acompañantes, pues acudir a la playa, en muchos casos, no era un divertimento sino una terapia recetada por el médico que debía realizarse con un tiempo medido y una ritual de abluciones muy concreto.
Tomar el sol era poco común. De hecho estaba mal visto, según cuenta Amador Montenegro en su libro “Historia íntima de Vigo”: “Podían tumbarse en la arena en traje de baño, aunque protegidas por el sol con amplias sombrillas, ya que había por todos los medios que evitar el tostado del sol, que era peligroso para la salud, y como antes se decía afeaba a las que se dejaban poner morenas”.
Serafín Torrado
La casa de baños de la playa de San Sebastián había sido construida por el industrial Serafín Torrado. Se trataba de un edificio de madera sostenido sobre recios pilotes sobre la arena. Sin embargo, los temporales del invierno lo iban minando año tras año, hasta su ruina final.
Llegar a la playa, aunque estaba en el mismo centro de Vigo, no era fácil. Montenegro lo explica: “La bajada de la carretera de Baiona a la citada playa, era por la calle Teófilo Llorente hasta la puerta de las oficinas de la fábrica del gas, y desde allí por un viejo camino que bordeaba el cementerio de Picacho”. Los que preferían llegar a la playa de San Sebastián desde O Berbés, tenían que internarse a través de las rocas. Si nos damos cuenta, estamos hablando de la zona donde hoy está el Centro Comercial de A Laxe o los edificios de Montero Ríos, un área ahora totalmente urbana y casi salvaje hace sólo un siglo.
Ocupación portuaria
Poco a poco, el rápido crecimiento y urbanización de Vigo fueron alejando las playas del centro urbano. Aquí no quedó una La Concha, como en San Sebastián, o un arenal de El Sardinero, como en Santander. El puerto lo fue ocupando todo y la inauguración del tranvía a Baiona, en 1926, facilitó que comenzasen a visitarse lugares como Samil, Alcabre y O Vao.
También esto se perdió, aunque podemos imaginar la maravilla que debía de suponer poder visitar los arenales de la ría a través de las paradas del tranvía, compuestas por cuatro estaciones: Coruxo, Canido, Panxón y A Ramallosa. Y sus doce apeaderos: A Bouza, Xuncal, Muíños, Verdial, Hermida, Oia, Saiáns, Prado, Patos, Nigrán, Telleiras y Lourido. La desaparición de aquel emblemático medio de transporte dejó el automóvil reinando como vía de acceso a las playas. Que, mucho antes, ya habían abandonado el centro urbano. Como aquel arenal de San Sebastián, con su cuerda, sus casetas y sus baños cronometrados.
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