Sobre un saco de escombros de obra —que algunas personas utilizan de modo incorrecto como papelera—, reposa un tablón de madera desvencijada con la marca de una gran quemadura. En el delirio de nuestra ensoñación, bien podría haber sido provocada por el fuego que calienta el puchero del aquelarre. Sobre él, una vieja escoba tan deteriorada que parece haber barrido las cuevas más profundas, y que quizá haya viajado hasta los confines del mundo mágico en las noches misteriosas de luna llena y en la noche de Halloween, también conocida como la noche de los difuntos o como la noche de las brujas. Sin duda, aquí vivía una bruja.