Los terrenos en el monte, bien alejados de las playas, fueron durante siglos las herencias más apetecidas en todos los pueblos de las Rías Baixas. Una finca en el litoral solía tener peor tierra y producía menos. Así que cuanto más al interior, mejor. Pero todo cambió a partir del primer tercio del siglo XX, cuando apareció el turismo. De repente, la orilla del mar, que hasta entonces sólo servía para apañar algas con que abonar la tierra, se convirtió en el bien más preciado. Y, en Baiona, Coruxo o Sanxenxo, los afortunados que habían heredado en el monte seguían dándole al sacho mientras sus ‘desgraciados’ familiares vendían los terrenos en la costa por una fortuna para hacer adosados en primera línea de playa.
Esto es lo que cuenta la historia popular, no exenta de realidad. Y se cuentan casos de grandes riñas familiares cuando el valor de los terrenos cambió, por obra del turismo, a costa de la agricultura. Y de todo ello hay testimonio gráfico, por ejemplo visitando el archivo histórico de la Deputación de Pontevedra, donde se conservan fotos y postales que nos recuerdan cómo era todo esto antes de que se inventase el “veraneo”.
Buen ejemplo es la postal titulada “Aldeano de Baredo, conduciendo un carro de tojo”, firmada por la editorial Hauser y Benet de Madrid, y datada en los años 20, hace solamente un siglo. Desde luego, el señor no tiene pinta ni de regatear en el Monterreal Club de Yates ni de tomarse los gintonics en el Villa Rosa.
Pero hay más estampas de la época que nos muestran una villa de Baiona totalmente desconocida, antes de ser sometida a un bum inmobiliario desatado durante décadas. Las playas aparecen casi vírgenes, como es el caso de la de Cuncheira, donde desde 1893 se instaló un balneario de agua salada que, sin duda, fue el origen del primer despegue turístico de la localidad. Las instalaciones contaban con 20 casetas y recibían la visita cada verano de familias acomodadas tanto de Vigo como de otras localidades vecinas.
También resulta casi irreconocible el puerto baionés, con estampas de las pescantinas con las patelas cargadas de peixe en la cabeza, mientras las gamelas se mecen en el agua en los pequeños muelles, hoy sustituidos por amplios rellenos portuarios.
En cuanto a la marisma de A Ramallosa, las imágenes en blanco y negro de las antiguas postales y fotos nos impiden admirar cómo hace un siglo se conservaba la esencia natural de este espacio frente a la realidad actual.
Por último, muchas imágenes nos permiten contemplar el faro de cabo Silleiro original o la fortaleza de Monterreal antes de que se construyese el parador, que fue inaugurado en 1966.
También abundan las fotografías del tranvía, uno de los factores decisivos que lanzó a los vigueses hacia las playas del Val Miñor. En 1921 trazaron la ruta los ingenieros Carlos Coloret y Ricardo Mella Serrano, hijo del intelectual anarquista y primer gerente de la Compañía de Tranvías. El diseño incluía un ferrocarril de vía estrecha entre Vigo y A Ramallosa, desde donde saldría un tranvía a Gondomar y otro a Baiona. La línea fue todo un éxito desde su inauguración en 1926, en un momento en que despegaba el turismo y las segundas residencias en la playa.
Y es que podemos imaginar la maravilla de visitar los arenales de la ría a través de sus paradas, compuestas por cuatro estaciones: Coruxo, Canido, Panxón y A Ramallosa. Y sus doce apeaderos: A Bouza, Xuncal, Muíños, Verdial, Hermida, Oia, Saiáns, Prado, Patos, Nigrán, Telleiras y Lourido. Las cocheras de la línea entre Vigo y Baiona se establecieron en A Ramallosa. Y había dos subestaciones eléctricas para mantener la línea, una en Coruxo y otra en Panxón.
Al año siguiente a inaugurarse el tranvía otro hito para el turismo del Val Miñor fue la ‘invención’ de Playa América en 1927 por el empresario Manuel Lemos, emigrante en Argentina, quien decidió rebautizar la playa de Lourido, en Nigrán, con un nuevo nombre que atrajese a los visitantes. También fundó un hotel de lujo, un centro social para las clases adineradas llamado el ‘Pabellón Bleu’ y una serie de chalés en piedra con nombres evocadores: “Nidito de amor”, “Noche de bodas” o “La Chocita”. El objetivo era convertir este arenal de Nigrán, junto a la desembocadura del río Muíños, en la ‘Niza de Galicia’, un centro de veraneo al estilo de la Costa Azul. Y así surgió el germen de la ocupación turística de toda esta franja del litoral sur de la ría de Vigo.
Por eso, una centuria más tarde, sorprende encontrase imágenes del Val Miñor que hoy cuesta trabajo identificar. Es el viaje en el tiempo a la Baiona de hace apenas un siglo, cuando aún no se habían inventado ni el turismo ni el ocio. Y la gente ‘veraneaba’ sacando el carro de bois por el monte adelante a cargar tojo.
Otros artículos de Eduardo Rolland:
Vigo en 1830, en la pionera descripción de Sebastián Miñano
Aquella última nevada en Vigo de 1987
Azaña, enamorado de Vigo: “Es novísimo, rico y a todo lujo”
Vigo, en las imágenes aéreas del Vuelo Americano de 1946 y 1956
1946: Cabalgata de Reyes para niños ‘con carné de pobre’
250 años del nacimiento de Cachamuíña
Cuando tocó la Lotería de Navidad en la Casa de la Collona
La Navidad de la gripe del 18 en Vigo
La importancia de apellidarse Vigo
El río Oitavén, verdugo de un escándalo en TVE
Vigo, en la Lucha contra el Enemigo Mundial
50 años del Citroën GS, un éxito también vigués
Siete historias clave de la fortaleza del Castro
Los cinco buques de guerra «HMS Vigo»
“Si las mujeres saben coser, ¡bien pueden aprender a conducir!”
Cuando Nostradamus ‘profetizó’ la batalla de Rande
130 años de la calle Elduayen, la primera Travesía de Vigo
Pases pro bus: 40 años de una revolución en Vigo
La ‘Captura de Vigo’: la olvidada invasión británica
La Toma de Vigo vista desde Inglaterra
Verdades y mentiras del «Polycommander»