La ciudad, “alegre y confiada”, se divierte. España parece estar, al fin, casi en paz. Hay trágicos barruntos allá por la manigua, pero aquello queda bastante lejos, y todavía Vigo no conoce los amargores que le valdrán el título de “Siempre Benéfica”.
Como todo bicho viviente tenía derecho a su apretujón, su mosca y su polvoriento calor, hoy le llegó el turno al ganado: “A las diez del día -conveniente aclaración para jumentos noctivagos- dará principio en el Campo de Granada la Fiesta Anual de Ganados, que durará hasta las cinco de la tarde, hora en que se verificará la distribución de premios que expresa el programa oficial, ante una comisión del Excmo. Ayuntamiento”.
Los premios eran lo bastante generosos, para que la más modesta cabra no se sintiese íntimamente decepcionada: 320 reales al mejor caballo de silla o tiro; 210 a la mejor mula; 200 al mejor pollino de seis cuartos de alzada; 120 a la mejor pollina,“destinada a la lactancia”(¿doméstica?); 320 a la mejor yunta de bueyes cebados, 200 a la mejor vaca de leche (aquí no hay dudas), de tres años, con su cría; 160 a la mejor pareja de novillos; 60 al mejor carnero y otros tantos a la mejor oveja; y 80 reales a la mejor cabra (ya llegó la cabra), de doce meses, con su cría. Por si el dinero fuese cosa baladí, los premios se adjudicaron en el Campo de Granada “bajo un elegante kiosco, presidiendo este acto el Excmo. Ayuntamiento”. ¡Felices pollinos aquellos que, como los cuatrocientos elefantes de Rubén, desfilaron un feliz día ante un primoroso kiosco de malaquita!(Los prosaicos objetarán que el kiosco sería de cartón pintarrajeado; pero ya es sabido que los prosaicos lo estropean todo).
Siguiendo con el programa festero, nos enteramos de que los esforzados cucañeros de ayer todavía no se habían tiznado el morro a satisfacción; y por eso hoy vuelven a su empeño, con ardor digno de mejor causa, y reinciden en la triste caída vertical por el odioso palo ensebado. La cofradía de estos obstinados vuelve a congregarse en el Arenal, y parece que al fin un famélico arrapiezo del Placer de Afuera consiguió arrancar con los dientes el real de plata adherido con pez a la sartén. Suerte que tienen algunos…
Por la noche, rigodón, polka, wals y lanceros, en el Gran Baile (las mayúsculas son del original), con que el Casino obsequia a los “numerosos forasteros”. Hacia las 12 de medianoche- aclaremos, por aquello de las “diez del día” -hubo reparto de pastelillos y refrescos, mientras los abanicos mariposeaban con lenguaje perverso. Apoyado sobre el corazón: “Os amo y sufro”. Cerrado precipitadamente: “Estoy comprometida”. Pero el colmo de la felicidad era si la damita hacía pasar su afilado dedo índice por el varillaje, porque con ello quería decir: “Os amo cada día!”.
Conste que aún decía más cosas el abanico. Aparte, claro está, de servir para abanicarse; porque aquel Casino vigués de 1883 no tenía terraza… ¡Cuántas sofoquinas y sofocones, por no poder danzar en el relleno, al puro aire de la noche estival, como hacían los del pueblo bajo!
Y ustedes perdonen los caprichosos giros de esta jornada, que va desde una pareja de novillos a otra de novios, pasando por Rubén Darío. La vida es así.
7 de agosto de 1883. Xosé María Álvarez Blázquez. «La Ciudad y los Días. Calendario Histórico de Vigo» (Editorial Monterrey, 1960).