Ayer recordábamos la entrada en nuestra bahía de la escuadra combinada franco-española, tras su combate con la inglesa en Fisterra. De aquella armada formaba parte el navío francés Atlas, que aquí sirvió de hospital a los muchos heridos y enfermos de tifus de las tripulaciones. Esta enfermedad – puntualicemos, de paso- la habían adquirido sus hombres en la Martinica, en donde Villeneuve huyó cobardemente ante la escuadra de Nelson, entonces inferior. (Se componía la flota combinada de 12 navíos, 7 fragatas y dos bergantines franceses, y solamente 6 navíos y una fragata españoles).
El Atlas se salvó del descalabro de Trafalgar, por haber quedado en Vigo sirviendo de hospital y después reparando sus averías. Pero tres años más tarde habría de volver a estas aguas, estando ya en guerra nuestro país con Napoleón y en paz- pues algún día habría de ser- con Inglaterra. No sabemos si lo mandaba aún el mismo capitán Rolland, que había resultado herido en Fisterra, pero es de dudar que así fuese, porque un capitán que, como él, hubiera conocido las sutilezas y bravuras de nuestros marineros, difícilmente caería en la inocencia de que el Atlas fue víctima en esta ocasión, sin que le sirvieran de nada sus 74 cañones, su curtida gente, ni aún su mítico nombre.
Sucedió, pues, porque va de cuento, que apenas fondeada la nave francesa en la ría de Vigo saludó con sus cañones a la playa, presumiendo que Vigo estaba ya en poder de las fuerzas de Napoleón. Y aún no había terminado de gastar su pólvora en salvas, cuando se vio el Atlas rodeado por multitud de lanchas de pescadores, antiguos marineros de la Armada, que en un periquete tomaron al asalto la embarcación, sin apenas resistencia de sus tripulantes. Es verosímil que entre aquellos hombres hubiese antiguos compañeros de armas, o que un movimiento de recóndita simpatía por la audacia de los asaltantes inmovilizara momentáneamente a la tripulación del Atlas. De otro modo casi no se explica la entrega de la nave, de forma tan inconcebible, como inconcebible es el arrojo de los que llevaron a cabo la proeza.
La bandera del Atlas, ostentando el águila de Bonaparte, que este había regalado al navío cuando se botó al mar, fue enviada por los vigueses, como preciado trofeo, a la Junta Suprema de Sevilla. Y hoy – ya lo hemos recordado en otra ocasión – se conserva en el Museo Naval de Madrid.
Bien puede decirse que, con esta acción de los hombres del Berbés, la impericia de Villeneuve quedó vengada. Al menos, así pensarían aquellos que tres años atrás estuvieran a sus órdenes y ahora se adueñaban, con el valor que él no tuvo, de una de sus antiguas naves.
28 de julio de 1808. Xosé María Álvarez Blázquez. «La Ciudad y los Días. Calendario Histórico de Vigo» (Editorial Monterrey, 1960).