Hace ahora medio siglo, el 16 de julio de 1971, se aprobaba el proyecto de construcción del nuevo ayuntamiento de Vigo, con su característica torre. Fue un crimen urbanístico, una monstruosidad que significó la destrucción parcial de un conjunto histórico de alto interés cultural: el castillo de San Sebastián. Pero, en pleno franquismo, el alcalde Antonio Ramilo manifestó encantado que aquel día nacía “el hogar para todos los vigueses”.
La nueva casa consistorial debía sustituir al original, en la plaza de la Constitución, construido un siglo antes, en 1859, y que se había quedado muy pequeño para una ciudad que por entonces ya superaba los 250.000 habitantes. El presupuesto estimado fue de 90 millones de pesetas, que fueron concedidos en préstamo en marzo de 1972 por el Banco de Crédito Local. Sin embargo, el precio se disparó durante las obras hasta superar los 300 millones de pesetas. Tampoco se respetaron los plazos: se esperaba concluir los trabajos en tres años, pero no se terminó hasta cuatro más tarde.
Sobre el proyecto y el crimen habla el hecho de que ningún arquitecto quiso firmar con su propio nombre en exclusiva las obras del nuevo ayuntamiento. De hecho, los planos fueron firmados por la delegación viguesa del Colegio de Arquitectos. Así, en general, incluyendo la firma de los colegiados, entre los que se cuenta que algunos rechazaron aquella obra, que generó una gran polémica en el colectivo.
Finalmente, en la primavera de 1972 comenzaron las obras del ayuntamiento de Vigo, que se adjudicaron a la empresa constructora Beamonte. Y comenzó la destrucción del castillo de San Sebastián, del que hoy sólo se conserva su parte norte, con varios muros y dos garitas, mientras que la indescriptible praza do Rei y el torreón presiden hoy todo el conjunto.
Pero no sólo los arquitectos, también algunos políticos eran conscientes hace medio siglo de la barbaridad urbanística que se estaba perpetrando. En el pleno de aprobación, en 1971, un concejal pidió que se hiciera un referéndum para que los vigueses votasen. Y, cuando el secretario municipal comenzó a leer algunos datos técnicos sobre la obra, el alcalde Antonio Ramilo zanjó el asunto y proclamó: “Más que datos técnicos, lo importante es romper una lanza en favor del alma del edificio”. Y así salió adelante el proyecto.
Proyecto anexo sin ejecutarse
El nuevo edificio del ayuntamiento de Vigo contemplaba 14.500 metros cuadrados de superficie, con dos sótanos, tres plantas y una torre de nueve alturas. Había además un proyecto anexo para que, en el entorno del castillo de San Sebastián y la Ferrería, se construyesen otros edificios administrativos, destinados a delegaciones de los ministerios. Este último plan no llegó a ejecutarse, pero implicaba una acción destructiva aún más poderosa sobre la parte alta del Casco Vello.
Cuando se puso la primera piedra de las obras, en abril de 1972, el alcalde depositó en una cápsula del tiempo los periódicos de aquel día y un tesorillo de 1.781 pesetas en monedas y billetes. Quizá los arqueólogos del futuro rescaten algún día esta arqueta de cinc y se pregunten cómo pudimos construir semejante cosa en un lugar que ya ocupaba un patrimonio histórico.
Pero lo cierto es que, durante más de cuatro años, los trabajos levantaron el edificio, con su torre visible desde media ciudad y casi toda su ría. El 26 de julio de 1976, el rey Juan Carlos inauguraba la nueva casa consistorial, acompañado de la reina Sofía. Y descubría el busto que aún luce a la entrada del edificio, en la plaza do Rei, dedicada a su figura. Aquel día también visitó la fábrica de Citroën, después de ser agasajado con una comida de gala en el pazo de Castrelos. También se desplazó a Cangas para inaugurar la Casa del Mar, utilizando para ello el famoso yate de Francisco Franco: el ‘Azor’. A última hora del día, los reyes regresaron a Santiago en helicóptero.
Obras de reforma
45 años después de su inauguración, y medio siglo después de la aprobación del proyecto, el nuevo ayuntamiento de Vigo ya no es tan nuevo. De hecho, ha precisado varias obras de reforma, incluidos sucesivos intentos para atajar sus humedades y goteras. Incluso ha habido ya planes para derribarlo y construir uno nuevo. Así que su único mérito es el del consenso. No en su origen, en una decisión arbitraria en medio de una dictadura. Sino en su final: su imagen lamentable y la magnitud de su crimen siempre consiguen poner a todos los vigueses de acuerdo.
Otros artículos de Eduardo Rolland:
Vigo en 1830, en la pionera descripción de Sebastián Miñano
Aquella última nevada en Vigo de 1987
Azaña, enamorado de Vigo: “Es novísimo, rico y a todo lujo”
Vigo, en las imágenes aéreas del Vuelo Americano de 1946 y 1956
1946: Cabalgata de Reyes para niños ‘con carné de pobre’
250 años del nacimiento de Cachamuíña
Cuando tocó la Lotería de Navidad en la Casa de la Collona
La Navidad de la gripe del 18 en Vigo
La importancia de apellidarse Vigo
El río Oitavén, verdugo de un escándalo en TVE
Vigo, en la Lucha contra el Enemigo Mundial
50 años del Citroën GS, un éxito también vigués
Siete historias clave de la fortaleza del Castro
Los cinco buques de guerra «HMS Vigo»
“Si las mujeres saben coser, ¡bien pueden aprender a conducir!”
Cuando Nostradamus ‘profetizó’ la batalla de Rande
130 años de la calle Elduayen, la primera Travesía de Vigo
Pases pro bus: 40 años de una revolución en Vigo
La ‘Captura de Vigo’: la olvidada invasión británica
La Toma de Vigo vista desde Inglaterra
Verdades y mentiras del «Polycommander»