Vigo es una ciudad trepidante que muchas personas que están de paso no consiguen soportar ni comprender. Durante décadas ha sido una ciudad llena de oportunidades a pesar de las distintas crisis económicas, de los vaivenes políticos, y de los desprecios de quienes han gobernado Galicia con mayor atención a los deseos del norte que del sur, o, cuanto menos, lejos de esa ecuanimidad que debería caracterizar a quienes la administran para todos por igual. Nadie duda que Vigo es la ciudad más industrial y más grande de Galicia, y quizá por eso es la gran víctima de las luchas políticas y económicas, de las envidias, llegando a suscitar los recelos en otras poblaciones como A Coruña, que no se resigna a perder el protagonismo que ha tenido cuando Vigo no era más que un pueblo grande de pescadores. Pero esa historia ya forma parte del pasado. Hace mucho tiempo que Vigo mira hacia el futuro con mayor o menor optimismo según las vicisitudes, pero siempre de un modo imparable y con un crecimiento constante. Ahora, en estas fechas, con unas elecciones a la vista, esas batallas que se libran en los distintos frentes cobran mayor intensidad, por eso es preciso observar la realidad con objetividad, valorando los hechos constatables, reconociendo la realidad, y no las promesas que están por venir. Porque Vigo debe seguir avanzando a velocidad constante hacia el futuro y sin detenerse ni cambiar de rumbo por el agradable canto de las sirenas.