En 1937, en plena Guerra Civil, Balaídos acogió el partido que nunca debió jugarse. Enfrentó a los combinados de España y Portugal, en una operación de propaganda de Franco que consiguió usurpar los derechos de la auténtica selección española, tras la mediación ante la FIFA de la Italia de Mussolini y de la Alemania de Hitler. El choque se saldó con victoria portuguesa por 1-2, mientras la ciudad de Vigo festejaba la cita con una sucesión de actos de exaltación fascista.
Ya desde mayo de 1937, comenzaron las maniobras para crear, “por mandato del Caudillo”, una nueva Federación Española de Fútbol, que sustituyese a la legítima, que seguía teniendo su sede en Madrid con el gobierno de la República. Con las competiciones obviamente suspendidas por la guerra, el interés del dictador era normalizar el fútbol cuanto antes, sabedor de que era un espectacular vehículo de propaganda.
En junio, quedó constituida la nueva federación, cuyo primer objetivo fue organizar un partido internacional que diera legitimidad a los sublevados. Sin embargo, cuando algunos diarios de la zona ‘nacional’ comenzaron a dar listas de convocados a la Selección, la realidad era terca: no se disponía de los futbolistas de Asturias, ni de Madrid ni de todo el arco mediterráneo, porque seguían bajo control republicano. Sin embargo, Franco ordenó que se presentase solicitud a la FIFA para que su federación fuese reconocida, argumentando que controlaba la mayoría de las territoriales: Aragón, Baleares, Cantabria, Galicia, Las Palmas, Navarra, Hispano-Marroquí, Oeste, Sur, Tinerfeña y Vizcaína.
También contaba con parte de la Castellana y un pequeño sector de la Asturiana. En una lamentable decisión, la FIFA reconoció también a la federación del bando sublevado y, por mediación de los delegados de Italia y Alemania, se le dio vía libre para organizar partidos internacionales. La noticia fue acogida con júbilo por el franquismo. El ABC de Sevilla proclamó el 27 de agosto que era “deseo del Generalísimo que, a medida que la retaguardia se normaliza, entre el fútbol en funciones, ya que puede producir un saneado ingreso económico a beneficio de los que luchan en los frentes”.
Así que, en pocas semanas, estaba organizado un España-Portugal, que debía ser el decimotercer choque entre ambas selecciones. En las 12 anteriores habían perdido los lusos. Esta vez, como tituló más tarde un periódico de Madrid, “los fascistas consiguieron que por fin perdiésemos contra Portugal”.
Vigo fue la ciudad elegida, donde el jefe de la Falange en Galicia, Jesús Suevos, designó al empresario Cesáreo González para organizar el operativo. El futuro productor cinematográfico, más tarde fundador de Sueva Films, era ya un directivo del Celta, además de un entusiasta simpatizante del incipiente franquismo. Los fastos estuvieron a la altura de la ocasión.
Dos grandes retratos de Franco y de Oliveira Salazar presidieron el partido. Además, se construyó una torre del homenaje en Balaídos, con el lema “España saluda a Portugal”, además de un reloj y del marcador del partido. En la tribuna, se colocaron las banderas de la Falange y, en el palco de honor, acompañaron al comandante militar de Vigo, Felipe Sánchez, el ministro portugués de la Guerra y el embajador de Lisboa en Berlín. Era el 28 de noviembre de 1937 y, tras los himnos español y luso celebrados brazo en alto por futbolistas y público, dio comienzo el partido de la vergüenza.
Las alineaciones fueron las siguientes. Por España: Eizaguirre; Ciriaco, Quincoces; Aranaz, Vega, Ipiña; Epi, Chacho, Vergara, Gallart y Vázquez. Portugal alineó a Azevedo; Simoes, Teixeira (cap); Amaro (Pinto), Albino, Pereira; Mourao, Quaresma (Espirito Santo), Soeiro, Pinga y Valadas. Hay que decir que algunos jugadores, como Quincoces, que ejercía como conductor de una ambulancia militar, fueron traídos desde el frente de guerra. Y varios de los más destacados futbolistas no pudieron jugar, como fue el caso del portero Zamora, quien años más tarde, tras la guerra, sería entrenador del Celta, y que en estos momentos se encontraba exiliado en Francia.
El partido, por otra parte, tuvo poca historia y hoy en día carece del más mínimo interés deportivo. De hecho, no se considera oficial. Fue tan vergonzosa la decisión de la FIFA que aquel 1-2 no se recoge en las estadísticas, pero los diarios gallegos anotaron al día siguiente los goles de Pinga (m. 60), Valadas (m. 79) y Gallart (m. 80).
En aquella soleada tarde, de los 16.000 espectadores, cerca de seis mil fueron portugueses desplazados. Pero toda la jornada, ya antes de comenzar la cita en Balaídos, tuvo aquel día en Vigo incontables actos de exaltación del franquismo. El ‘Faro’ publicó fotografías de Pacheco en las que una multitud brazo en alto participa en la plaza de Portugal en un homenaje a Camoes, en el que se entonaron himnos fascistas. Hubo también un desfile por la calle del Príncipe, encabezado por los mandos militares y los prebostes de la Falange. Además, en los salones de El Casino, se instaló una ‘Tómbola Patriótica’, destinada a recaudar fondos para el Octavo Cuerpo del Ejército que luchaba “en los campos de batalla contra el enemigo común a España y a Portugal”. En un anuncio en Faro de Vigo, se exaltaba el común empeño de ambos países contra la ‘horda roja’: “Nuestra salvación es la vuestra”.
En cuanto a la derrota, los diarios encontraron una oportuna explicación. El Pueblo Gallego defendió a los futbolistas españoles: “En cuanto a nuestros hombres, si no todos, por lo menos la mayoría, se batían en trincheras contra el marxismo, espingarda en mano y muy lejos de cualquier preparación deportiva”.
En el país vecino, por el contrario, aquello se celebró por todo lo alto. “Portugal, a mais grande victoria despois da de Aljubarrota”, dicen que tituló un periódico portugués.
Con el tiempo, aquel partido cayó en el olvido. Al terminar la Segunda Guerra Mundial suponía una verdad incómoda el hecho de que la FIFA hubiese tomado una decisión tan salomónica como injusta. Pero en las hemerotecas queda la crónica de aquel domingo 28 de noviembre de 1937 en que el estadio de Balaídos acogió el partido de la vergüenza…
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