La llamada Guerra Franco-Prusiana fue uno de los grandes episodios bélicos del último tercio del siglo XIX. Permitió emerger a una Alemania unificada, enterró las últimas ínfulas imperiales de la Francia de Napoleón III y, de propina, propició que durante unos meses, entre marzo y mayo de 1871, París ensayase un asombroso sistema de socialismo real que fue conocido como La Comuna.
Aquel conflicto tuvo muchos ingredientes para durar poco más de nueve meses, entre julio de 1870 y mayo de 1871. Incluso menos, porque la paz se firmó mucho antes y el emperador galo ya se había rendido el verano anterior. Pero las salpicaduras de aquel gran conflicto europeo llegaron también a Vigo. Porque un episodio en las calles viguesas a caballo entre 1870 y 1871 llegó a provocar una crisis internacional.
Todo empezó el 27 de diciembre de 1870, cuando hacía su entrada en la ría una corbeta de vapor: la prusiana Augusta, con sus diez cañones y sus 248 tripulantes. Su intención era carbonear, aprovechando la neutralidad española. Y la marinería enseguida se hizo popular por las calles de Vigo, donde descansaron varias semanas, en parte obligados porque, más allá de las islas Cíes, patrullaban los buques franceses. En ese momento, Napoleón III ya era prisionero desde septiembre del káiser Guillermo I, pero París se había negado a capitular y la guerra continuaba.
El canciller Otto Von Bismarck estaba empeñado en la humillación completa de Francia, y desde luego lo consiguió. No sólo porque cayó el Segundo Imperio del petulante Napoleón III, para dar paso a la III República Francesa, que duraría hasta la ocupación alemana en 1940. También porque Francia perdió Alsacia y Lorena, poderosas regiones mineras y, por lo tanto, sumamente estratégicas.
Y porque no sólo emergió el Imperio Alemán, al unificarse Prusia con los poderosos estados del sur, Baviera incluida. Sino porque la proclamación de Guillermo I como káiser (que al igual que el ruso “zar” equivale a la palabra latina “césar”) se celebró a todo trapo nada menos que en el palacio de Versalles, en las mismas narices del orgullo francés. Por supuesto que, de estos polvos, vendrían luego los lodos de la Primera Guerra Mundial.
Pero volvamos a la corbeta Augusta, que entra en la ría de Vigo aquel diciembre de 1870, con el objetivo declarado de carbonear, pero también permanecer en la ría, un puerto neutral, para no verse acosados por la flota francesa.
Sin embargo, tres semanas más tarde, el 14 de enero de 1871, entra en la ría la fragata francesa Honorine. Es un buque mucho más grande que el Augusta. Tiene 15 cañones y una tripulación de 580 hombres. Marineros de uno y otro barco, enemigos declarados, coinciden por las calles y tabernas de Vigo. Y la situación se hace insostenible, con continuos altercados y provocaciones.
El 23 de enero, el Gobierno ordena que venga a Vigo el buque de guerra español Fernando el Católico, para mantener la paz. Pero ese mismo día hacen su aparición otros dos buques franceses: la fragata Valeureuse y la goleta Klever. La tensión es tan enorme que se tiene que desplazar a la ciudad el Capitán General de Galicia para intentar mantener el orden.
Aquellas semanas en Vigo, la tripulación del Augusta provocaba en los bares a la de los franceses Honorine, Valeureuse y Klever. Y, de cuando en cuando, amagaban con prepararse para zarpar, lo que provocaba la alerta del enemigo, que hacía lo mismo. Aquel juego del gato y el ratón era vigilado por el buque de guerra español Fernando El Católico, mientras los vigueses temían que se desatase una batalla naval en plena ría. Finalmente, pasaron las semanas y el 28 de de enero de 1871 se firmaba el armisticio, que ponía fin a la guerra, aunque continuaría luego con el epílogo de la Comuna parisina.
Así que la corbeta prusiana Augusta y los otros tres buques de guerra franceses pudieron finalmente cejar en sus hostilidades, también entre la marinería en las tabernas portuarias del viejo Vigo. Se sabe que el 1 de febrero de 1871, dejó la ría aquel barquito de guerra del káiser Guillermo I, mientras que los franceses Honorine, Valeureuse y Klever lo hicieron días más tarde, asumiendo que su país había firmado la rendición ante los mismos bigotes de Von Bismarck.