Las nuevas calles y barrios, con sus edificaciones, van acercándoseles de un modo inexorable hasta absorber completamente los cementerios dentro de sus trazados urbanos, como si las poblaciones de los vivos fueran engullendo a las poblaciones donde descansan los muertos. La ciudad de Vigo, como le ha ocurrido en muchas otras circunstancias, no ha quedado al margen de esta situación. Por ejemplo, otrora tuvo un cementerio en las inmediaciones de la iglesia de San Francisco que aún recuerdan las personas que rondan los cien años de edad. En aquella época, previa a la Guerra Civil española, se le denominaba “cementerio viejo”. Con el transcurso de los años, el crecimiento urbano forzó el traslado de sus panteones y tumbas a otros lugares. Otro ejemplo más actual es el que muestra la fotografía, correspondiente al cementerio de Bouzas —ubicado al final del barrio de Coia—. El desarrollo del nuevo barrio de Navia ha embutido el camposanto en la propia ciudad. Quizá en un futuro, más o menos lejano, el cementerio acabe siendo trasladado. Sin embargo, en ciudades como Londres esos tipos de cementerios siguen en sus ubicaciones originales como una página más de la historia de la ciudad, y se ven y se visitan como algo de lo más natural.