Algunas personas aún recordamos aquellos primeros teléfonos móviles del tamaño de un zapato y algunos modelos que iban acompañados de un maletín provisto de una antena. Apenas había cobertura y los usuarios buscaban las mejores ubicaciones para no perder la conexión. Quienes estaban dentro de un local salían fuera en cuanto sonaba la llamada porque en el interior podía cortarse la conversación porque la conexión era muy débil. Además de todo esto, el precio de las llamadas era prohibitivo y tener un móvil era todo un lujo, casi un símbolo de estatus social. Lo más novedoso en aquellos primeros tiempos eran los mensajes de texto, sin ningún tipo de color o imagen, mediante una pequeña pantalla donde sólo cabían unas pocas lineas.
Pero los tiempos van cambiando, el móvil se popularizó totalmente y ahora sólo falta que regalen los móviles con las galletas del desayuno; todo el mundo tiene un móvil, hasta los más pequeños de la casa. Sin embargo, y aunque parezca una contradicción, el móvil también se ha convertido en un extraño en nuestras comunicaciones cotidianas. Nos acerca a los demás porque se han reducido los inconvenientes para estar conectados; ahora ya no hay distancias. Por contra a esas ventajas, le damos mucha más importancia o prioridad a lo que nos llega a través de esos dispositivos electrónicos que a la tradicional conversación directa. Así, muchas personas ya no practican el placer de la conversación personal, sólo lo hacen a través del móvil. Y para muestra la fotografía.