Por escritura otorgada en A Coruña, don Francisco de león y Luna, a nombre del rey, concede al Conde de Amarante y Marqués de Valladares, “la salina que tiene comenzada a fabricar en el Pasaje de Coruxo, que es en el término de la villa de Vigo, que con el rigor del tiempo se ha deteriorado. Y asimismo le da y concede las demás salinas en los sitios del dicho paraje de Vigo que son en el río nombrado de Sn. Paio por la parte de Vigo y en la braña de San Miguel de Oia y en la de Meira, adonde llaman la arena de Sn. Bartolomé, la red que se nombra la Salina en Sn. Andrés de Hío y Sta. María de Darbo, a donde llaman la Barra y santa Marta y más partes adonde hubiese sitios a propósito desde dicha villa de Vigo hasta el Monte del Ferro y por la parte de Meira hasta la nombrada del Hío, para que en dichos sitios pueda fabricar dichas salinas”.
El Marqués de Valladares dio gran impulso a las comenzadas salinas de Coruxo, pero no así a las restantes de su concesión, iniciando la explotación industrial de aquellas a comienzos del siglo XVIII. Era la salina de Coruxo la más importante de cuantas existían en Galicia; todavía se aprecia en las ruinas de sus muros, depósitos y construcciones, la gran extensión que ocupaban.
En 1710 trabajaban ocho “marlotos” y treinta y dos carreteros. Su explotación se prolongó durante todo el siglo XVIII pero ya en 1797 el estado de las instalaciones, continuamente azotadas por vendavales y las periódicas mareas suscitó el proyecto de una obra de restauración, que incluía también ciertos mejoramientos técnicos en las eras de desecación, por un presupuesto de 197.140 reales.
La concesión había sido atomizada por la casa de Valladares, poniéndola en manos de varios fabricantes , que no se preocupaban de acudir a las necesarias reparaciones, por lo cual el administrador de la citada casa, don Francisco Xavier Arias y Enriquez, Abad de Valladares y primo del Marqués, informó en 1798 del estado lamentable de abandono en que las salinas se encontraban, y propuso al administrador de rentas de Tui el aforamiento por el Estado.
El rendimiento de las salinas era cada vez más escaso, a lo que contribuía el creciente contrabando de sal de Portugal. Según el Abad de Valladares, era precisa una intensa reparación y una explotación seria. Pero el consejo no fue tenido en cuenta. Parece ser que el clima no era muy favorable a la obtención de la sal por desecación, que se efectuaba a favor del calor estival y que se malograba muchas veces por las frecuentes lluvias . Sobre otras interesantes vicisitudes de estas salinas de Coruxo -Hoy convertidas en un vasto juncal- volveremos. Deo volente, el 14 de diciembre.
22 de junio de 1698. Xosé María Álvarez Blázquez. «La Ciudad y los Días. Calendario Histórico de Vigo» (Editorial Monterrey, 1960).