En este siglo XXI, las personas reciben notificaciones por radio, por televisión por cable y vía satélite, se comunican por internet y lo utilizan para buscar información, y manejan el teléfono como si fuera un propio apéndice natural. Sin embargo, con tanta modernidad casi nadie escribe cartas. Se ha perdido la comunicación romántica de las palabras escritas en un papel que luego era doblado e introducido en un sobre que se cerraba y se llevaba a la oficina de correos. Allí, según el peso, las dimensiones y el destino del envío, le pegaban unos sellos y se depositaba en un buzón para que los empleados de Correos procedieran a su traslado. Esto, que resulta tan obvio para quienes ya peinamos canas, no lo es, en cambio, para los jóvenes de hoy, que posiblemente nunca hayan experimentado las profundas sensaciones de escribir y enviar una carta, o la indescriptible emoción de recibirla. Y así las cosas, las hileras de las casillas de un apartado de correos resultan cada vez más parecidas a los nichos de un cementerio esperando el reposo, siquiera transitorio, de las palabras escritas.