El Celta juega hoy al ritmo de la ‘Chachoneta’, la forma de entender el fútbol del Chacho Coudet. Pero, hace siete décadas, los tiempos estaban marcados por ‘El Lanzallamas’, el apodo que tuvo el primer autobús del club. Hoy por hoy, cualquier equipo, incluso en las categorías no profesionales, cuenta con su propio autocar, rotulado con los colores del club. El Celta, por ejemplo, desplaza su vehículo privativo incluso para desplazamientos menores, entre el aeropuerto y el hotel, por ejemplo, por lo que es habitual encontrarse el vehículo vacío, circulando por las autovías españolas, moviéndose a la ciudad de destino para ir a recibir a los jugadores, que viajan en avión.
Sin embargo, a mediados del siglo XX, tener un autocar propio era poco menos que un lujo para cualquier club, incluso de primera división. El Celta se desplazaba a veces en tren, a destinos como Barcelona o Madrid donde había una línea directa. También, ya en los años 50, se recurría al avión en algunos contados desplazamientos, y vemos en los diarios fotografías de los jugadores posando en Lavacolla ante el aeroplano que habría de transportarles. Pero el autocar era el medio más habitual en los desplazamientos, siempre alquilado.
Anteriormente, a finales de los años 20, ya el equipo había utilizado autobuses, pero tan rudimentarios como el autocar ‘Plus Ultra’ que había sido adquirido en 1926 por el empresario y taxista vigués Melitón Rodríguez. Se trataba de un vehículo descapotable de 20 plazas, construido por la marca francesa «De Dion-Bouton» e importado y carrozado por el industrial José Barro González, propietario de la Factoría Chavín, en Viveiro (Lugo). Se sabe que en 1927 el Celta hizo al menos tres desplazamientos en este vehículo: a Santander, a Sevilla y a Vitoria. Así que, con el paso de los años, se buscó una fórmula más cómoda y profesional de realizar los viajes.
La idea de tener un autobús propio, que abaratase los desplazamientos, fue planteada ya en 1949 por el entonces presidente, Avelino Ponte Caride, pero la falta de recursos financieros dificultaba la operación. Sin embargo, decidió reunirse en el balneario de Mondariz con algunos emigrantes gallegos que pasaban allí sus vacaciones y se creó una comisión integrada por Claudio Conde, Francisco Moure y Manuel Rodríguez. Este último viajó a La Habana el 6 de septiembre a bordo del buque ‘Marqués de Comillas’ para iniciar los primeros contactos con la comunidad celtista. Finalmente, en 1952, se decidió que el Celta viajase a Cuba para realizar la pretemporada y esto disparó la campaña entre la comunidad celeste en La Habana. Fruto de aquel viaje, se creó allí la Comisión Pro-Autocar del Celta, que comenzó a recibir generosas donaciones.
El 9 de abril de 1953 llega a Vigo, a bordo del buque Monte Almanzor, el chasis del autocar, despiezado, dentro de un gran cajón de madera de ocho metros de largo rotulado con grandes letras: “La colonia gallega de La Habana al R.C. Celta de Vigo”. Además de las fotografías, el diario El Pueblo Gallego publica hasta una entrevista con el motor del autobús:
“-¿Desea contarnos, señor chasis, su odisea hasta llegar a Vigo?”
-Pues nací en Detroit, en la maternal Ford; soy fuerte y seguro, alimentándome solamente de aceite pesado, y estoy en condiciones de que me “vistan” con arreglo a los gustos y necesidades de mis nuevos dueños, los simpáticos chavales del Celta, que tantos afectos dejaron en Cuba, mi segunda patria”.
El ‘vestido’ al que se refiere el periodista es la carrocería, que tendrá que ser encargada a un taller en Manresa, para lo cual se invertirá un presupuesto de 175.000 pesetas, que también fueron donadas por la comunidad gallega en Cuba. “Es bastante dinero para una carrocería –explica el periódico del 10 de abril- pero es que hay que tener en cuenta que las cosas es preciso hacerlas bien. Con butacas flexibles e incluso una cama para el caso de que sea necesario viajar con algún lesionado”.
En agosto, visita Vigo José Martínez Covelo, celtista de La Habana y uno de los impulsores de la recaudación de fondos y la compra del autocar. El presidente del Celta lo recibe a pie de escalerilla en el muelle de trasatlánticos, en la Estación Marítima y, posteriormente, se le hace entrega de la medalla de oro del club “por su campaña ‘pro-autocar del Celta’”.
Finalmente, en diciembre se recibe el vehículo ya terminado, pintado de azul celeste, que se estrena en el regreso del partido de Liga frente al Barcelona en Les Corts. El equipo salió el domingo desde la Ciudad Condal para dormir en Igualada. Al día siguiente, comieron en Zaragoza y pernoctaron en Palencia. Y finalmente el martes hicieron el trayecto final hasta Vigo, donde llegaron entrada la noche. Aunque hoy nos parecería un viaje infernal de tres días, en 1953 es una maravilla. El entrenador, en entrevista, califica el autobús y el desplazamiento: “Espléndido. Comodísimo en todos los detalles”.
Aquel ‘Ford Hércules’ prestó servicio al club durante quince años, lo que supuso un gran ahorro en los desplazamientos. Además, se contrató un conductor, Guillermo Cameselle Méndez, que era socio del Celta (esta condición era requisito básico para optar a la plaza) y que tenía gran experiencia como conductor de camiones, ya desde el servicio militar. Como anécdota, en el maletero viajaban con palas, que en muchas ocasiones tuvieron que utilizar para despejar la carretera de nieve en los varios puertos que separan Galicia de la Meseta. Se dice también que, en los viajes del equipo a Portugal, se practicaba el estraperlo cargando algunos kilos de café entre el equipaje.
Cuando Guillermo Cameselle dejó su puesto como conductor, al retirarse el viejo Ford en 1968, pasó a ocupar el cargo de responsable de campo. Por su parte, el autocar celeste, al que algunos apodaban ‘El lanzallamas’ dejó durante quince temporadas, desde Cuba hasta Galicia, su impronta en la historia del celtismo.
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