El lugar escogido para el encuentro con el público fue el estadio de Balaídos, donde se dieron cita miles de personas, muchas de ellas llegadas desde distintos puntos de España y de Portugal. Pero la puesta en marcha del evento comenzó muchos meses antes, con un equipo que encargado de supervisar previamente el lugar, y luego, unos días antes del concierto, con el montaje del inmenso escenario y de toda la parafernalia que acompaña este tipo de acontecimientos, con numerosos puestos de merchandising vinculados, en este caso, con uno de los grupos musicales más influyentes en la historia de la música moderna.
Y cuando por fin llegó el día de la actuación de The Rolling Stones, un pequeño grupo de admiradores y curiosos, que por cierto no pasaban de la docena y media, se dieron cita en el aeropuerto de Peinador junto a un grupo de periodistas para darles la bienvenida.
Aterrizó el avión privado de los músicos y unos coches y un autobús esperaban a todos los componentes del grupo. Mientras, desde la distancia, detrás de la verja metálica que les impedía el acceso, los admiradores saludaban emocionados e incluso dos chicas agitaban una pequeña pancarta; todos ellos intentaban hacer notar su presencia.
Los Rolling fueron bajando las escalerillas uno a uno, y cuando lo hizo Mick Jagger, que sí reparó en su presencia, lejos de adoptar la postura soberbia que caracteriza a otros famosos con menos méritos a sus espaldas, se acercó caminando hasta una distancia prudente y saludó al pequeño grupo de admiradores, que nunca se olvidarán de su sencillez y de su consideración.