Años 60 en Vigo. Una noche, a altas horas de la madrugada, un honrado vigués termina en un burdel. Al día siguiente, todo lo recuerda brumoso pero en su cartera hay una participación de la Lotería de Navidad. Poco tiempo después, el 22 de diciembre, los niños de San Ildefonso tienen la ocurrencia de cantar ese exacto número y de agraciarlo con 10.000 pesetas por décimo. Nuestro hombre tiene en su bolsillo una pequeña fortuna… Pero, antes de proclamar su alegría a los cuatro vientos, hace bien en pensárselo dos veces.
Porque esto mismo sucedió en Vigo en uno de los lupanares más conocidos de la ciudad, el bar ‘Abanico’, conocido por todos como ‘La Casa de la Collona‘, que era el apodo que recibía la ‘madame’ de aquel tugurio: Doña Esperanza.
A comienzos de los años 60, Doña Esperanza decidió que un burdel también tenía que vender lotería. Participaciones, concretamente. ¿Acaso no hay nada más entrañable? Para entender esta forma de pensar hay que trasladarse al lugar y a la época.
Hablamos para ello con un testigo, un señor vigués, ya nonagenario, que estuvo allí y del que obviamente no podemos dar ningún dato: “Yo tenía veintitantos años, la carrera terminada, un buen trabajo y era un señorito golfo de la ciudad… ¡Pero no había casi nada que hacer! Íbamos a los cabaréts, al Español y al Fontoria, a beber y ver a las señoritas que salían al escenario. Luego, avanzada la noche, cuando intentabas confraternizar educadamente con ellas, te retiraban la mano y te decían, con razón, que ellas eran bailarinas artísticas y ¡Qué carallo te habías creído!… -nos explica nuestra fuente-.
«Al final, cerraban todos los bares, donde ni siquiera te tomabas un guisqui porque no existía: hay que decir que bebíamos coñac. Y acabábamos en lo único que había abierto: en la Casa de la Collona, saludando a Doña Esperanza y escuchando canciones tristes a la guitarra mientras la señora mandaba: “Niñas, al salón!”
Hecha la transcripción, casi exacta, de las palabras de un testigo presencial, ya podemos imaginar el panorama. Aquel local de odaliscas permitió acuñar la expresión “¡Esto es la Casa de la Collona!”, clásica exclamación de los vigueses para definir un desastre. La Casa de la Collona alude a un burdel, un lupanar, un prostíbulo, un quilombo, una casa de citas, un local de alterne o, para decirlo llanamente, una auténtica casa de putas. De eso estamos hablando.
La historia del bar Abanico, nombre real de La Casa de la Collona, había comenzado en la década de los 50 del pasado siglo. El local era el más popular del barrio chino. El nombre le venía de un gigantesco abanico pintado en una de las paredes del establecimiento. Tras la barra, atendía una señorita, pero el nombre popular se lo daba la señora que recibía a los clientes, sentada en una silla al fondo del bar. Esa mujer se llamaba Doña Esperanza y su apodo era La Collona.
Doña Esperanza era la madame, la encargada de hacer salir a las meretrices al grito de “¡Niñas, al salón!”. Además de este cometido, dicen que la mujer daba buena conversación. En el bar Abanico, como en el resto de A Ferrería, se bebía vino blanco del ribeiro. Y chatos de licor de hierbas y de licor café. Los más pudientes apostaban por el coñac. El güisqui no sería popular en España hasta los años 80, así que no existía el concepto ‘whiskería’.
En dura competencia con el Abanico triunfaba en el barrio chino el Barcelona de Noche y un tercero llamado La Toja. Por supuesto, ninguno tenía luz roja, una modernidad muy posterior. Ni en Navidad era todavía Vigo la ciudad de las luces…
En A Ferrería paraba la marinería de los mercantes que recalaban en puerto. La oficialidad prefería los cabarets, como el Español y el Brasil, situado en la Alameda, que pasaría a denominarse Fontoria cuando cambió su entrada por Luis Taboada. Había allí un ambiente más fino y la clientela podía confraternizar con las ya mencionadas ‘bailarinas artísticas’ que presentaban sus shows en el escenario.
En la Casa de la Collona, en cambio, no había música. Ni la radio siquiera. Sólo ocasionalmente tocaba un guitarrista, que lo hacía por varios locales de la zona y respondía al nombre de Eufrasio. Sí: Eufrasio… pero de aquella no había ni los Seres Queridos para montar un grupo.
Toda la estampa nos da una idea aproximada de la sordidez del lugar y de la época. Los servicios profesionales con cama costaban en los años 50, según las fuentes consultadas, un total de 3, 5 y 15 pesetas. Había una expresión, ‘de dormida’, que se aplicaba a quien se quedaba en el lupanar toda la noche. Desconocemos el precio ni en euros ni en pesetas.
Pero vayamos al caso de la lotería. Por Navidad, Doña Esperanza decidió vender décimos y participaciones. Y, por suerte o por desgracia, un año tocó allí un tercer premio, agraciado con diez mil pesetas al décimo. Un buen pellizco, en expresión que le va bien al local.
Aquello era 100 veces lo jugado, porque cada décimo de la época costaba cien pesetas. En Cabral, donde vivía Doña Esperanza, todo el mundo sabía que le había tocado. Y ella no lo ocultaba, pero sus clientes sí. Aquellas navidades, muchos vigueses cobraron sus premios cuidándose de no decir nada en casa. Sobre todo, quienes tenían que acudir a La Collona con su participación, para cobrar en metálico o en especie…
En aquellos años llegó a ser el chascarrillo de toda la ciudad intentar localizar a algún agraciado. De hecho, cuando alguien generoso pagaba una ronda, se hacían bromas por si el gesto respondía a que tuviese “un décimo de La Collona”. Así nos lo han contado.
Es una historia de aquel año en que la lotería tocó en un burdel de Vigo. Y en el que aquellas participaciones, con el sello del ‘bar Abanico’, ardían en las carteras de algunos vigueses agraciados por el capricho de la diosa Fortuna y por las voces cantoras de aquellos malditos niños de San Ildefonso…
Otros artículos de Eduardo Rolland:
La importancia de apellidarse Vigo
El río Oitavén, verdugo de un escándalo en TVE
Vigo, en la Lucha contra el Enemigo Mundial
50 años del Citroën GS, un éxito también vigués
Siete historias clave de la fortaleza del Castro
Los cinco buques de guerra «HMS Vigo»
“Si las mujeres saben coser, ¡bien pueden aprender a conducir!”
Cuando Nostradamus ‘profetizó’ la batalla de Rande
130 años de la calle Elduayen, la primera Travesía de Vigo
Pases pro bus: 40 años de una revolución en Vigo
La ‘Captura de Vigo’: la olvidada invasión británica
La Toma de Vigo vista desde Inglaterra
Verdades y mentiras del «Polycommander»