Hace cuatro décadas, paseaba por el césped de Balaídos Naranjito, la redonda mascota del Mundial 82. El 14 de junio de 1982, Italia y Polonia saltaban al césped de Balaídos. El partido, que terminó con igualada sin goles, decepcionó a los 33.000 espectadores que abarrotaban el estadio. Pero, al menos, culminaba un tortuoso proceso, lleno de polémicas para Vigo como sede principal de aquella Copa del Mundo.
Pocos podían creer, aquella tarde, que la selección de Enzo Bearzot, con un juego miserable, terminaría ganando aquella copa del mundo. El seleccionador italiano estaba que fumaba en pipa. Literalmente, porque antes de que Cruyff saliese a cajetilla por partido, Bearzot no se sentaba en el banquillo sin su cachimba. Además, Italia llegaba en medio de una dramática crisis, tras su temprana eliminación en la Eurocopa de dos años atrás. Para colmo, el delantero Paolo Rossi regresaba tras dos años de suspensión por amañar partidos. El toscano había sido sancionado por su implicación en el Caso Totonero, un tremendo escándalo de apuestas ilegales y amaños de partidos que terminó con el descenso administrativo de Milan y Lazio. Pero Bearzot creyó en el Bambino de Oro, se reunió con él y le hizo jurarle que todo había sido una injusticia, que era inocente. Así que desde el modesto Perugia se lo trajo a Vigo y lo convirtió en el goleador del Mundial. Sin embargo, en aquel primer partido Italia no brilló en Balaídos, que era la sede principal de Galicia. Acogía los encuentros de la cabeza de serie, mientras que Riazor se repartía los de los tres acompañantes. Por esta razón, en A Coruña no vieron jugar ni a Rossi, ni a Dino Zoff, Gentile, Tardelli o Cabrini.
Vigo, por el contrario, vio todos los partidos de Italia, que remataron en empates sin excepción. El 18 de junio, igualaban a un gol con Perú, con tantos de Conti y de Díaz. Y, el día 23, repetían marcador frente a los leones de Camerún, con gol de Graziani en el 60 e igualada de Mbida, al minuto siguiente.
Cuatro tantos en tres partidos fue un pobre balance para el que, al final, fue el Mundial más goleador de la historia, en parte gracias al 10-1 que Hungría le endosó a El Salvador, en la que aún es el marcador más abultado de los campeonatos.
En Riazor tampoco hubo suerte y sólo vieron goles en el Polonia-Perú (5-1). Así que Italia se clasificó de carambola, para aburrimiento de la afición viguesa. Fue segunda, empatada a puntos con las otras dos selecciones, simplemente porque había marcado un gol más. Así que nada hacía presagiar su formidable segunda fase, con partidazos ante Brasil y Polonia, unidos a una final antológica frente a Alemania, en la que ganaron 3-1, con el presidente Sandro Pertini enloquecido en el Bernabeu.
Pero, si aquel mes de junio no tuvo buen fútbol, al menos certificó que el Mundial llegaba a Vigo, después de un convulso año, cargado de polémicas que pusieron en peligro la sede. Los primeros problemas llegaron con un clásico: el retraso en las obras del estadio. Apenas se tocaron Gol, Marcador, Preferencia y Tribuna, actualizados en el año 1971. Y se apostó todo a la grada de Río, que fue derribada con explosivos. Se canalizó el río Lagares y se construyó una moderna platea, en dos alturas y dotada en sus bajos de pabellones deportivos. Además, se lanzó una campaña de captación de abonados: “A Río nuevo, socio nuevo”, con una cuota de 50.000 pesetas por cinco años. Desde luego el eslogan tampoco ayudaba, pero la iniciativa fue un fracaso, que se saldó con menos de mil nuevas altas, pese a que el Celta acababa de conseguir el regreso a Primera División, tras una gran temporada.
También se modificó la iluminación del estadio, después del fiasco de enero de 1980, cuando el amistoso entre España y Holanda celebrado en Balaídos hubo de suspenderse durante una hora al fallar los focos. Aprovechando las obras, se instalaron marcadores electrónicos que sustituyeron a los viejos carteles con números. En total, las obras costaron 650 millones de pesetas de la época. Y estuvieron listas muy poco antes de que llegasen a Peinador las selecciones participantes.
Pero no fue Balaídos, sino otro edificio el que estuvo a punto de dejar a Vigo sin Mundial. Lo apodaban el “Ovni” o el “Ufo” y era una construcción circular que serviría como centro de prensa. Tras la competición, se transformaría en pabellón deportivo. Pero el Comité Organizador se negó a abonar los 102 millones de pesetas pactados y su proyecto fue anulado. El alcalde Soto llegó a amenazar con plantar al campeonato “y que los vigueses vean el fútbol por la tele”.
“Anular el UFO no es otra cosa que atracar, que robar literalmente a la ciudad de Vigo”, proclamó Soto en una rueda de prensa que dio la vuelta a España. Poco ayudaba el hecho de que “O Compañeiro” quisiese llamar al nuevo edificio “Multiusos Pablo Iglesias”, un auténtico anatema para el Gobierno de UCD. Pero la protesta no sólo no sirvió de nada, sino que apareció otra candidatura, San Sebastián, que se ofreció a asumir la sede viguesa. Por entonces, la Real Sociedad, que era la campeona de Liga, construía un nuevo estadio en Zubieta y agotó las presiones para hacerse con el Mundial en detrimento de Vigo.
Finalmente, el tiempo normalizó la situación y, entre polémicas, Balaídos llegó a tiempo para el Mundial. El 14 de junio de 1982, Naranjito se paseó por el césped del estadio. Minutos después saltaba a la cancha la que sería la campeona del mundo: Italia. Tres días más tarde, la escuadra azzurra se enfrentaría a Perú con Mario Vargas Llosa como espectador de lujo en Tribuna. Y el día 23, los leones de Camerún se ganarían la simpatía de los vigueses. Décadas después, son muchos quienes recuerdan acudir al estadio con banderas del país africano, para compensar a una selección que despertaba grandes simpatías en Vigo pero que había movilizado a escasísimos seguidores.
Para el Celta, la resaca mundialista vendría cargada de polémica, porque ese verano el Concello decidió cortar el suministro de agua a Balaídos, por no haber abonado el último recio, por importe de medio millón de pesetas. Con razón, la directiva aducía que aquella importante suma no le correspondía al club, sino a los organizadores del Mundial de fútbol, porque el agua se había consumido para los partidos internacionales.
Pero, pese a las desavenencias municipales, lo cierto es que el Mundial dejó un gran recuerdo en Vigo, mientras que para el Celta aquel 1982 supuso estrenar una emblemática nueva grada en Río.
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