La realidad de la calle es bien diferente de lo que ellos pregonan. En Galicia, en particular, se está vendiendo una imagen aparente -e incluso electoralista de cara a las elecciones autonómicas del 25 de septiembre-, como si fuera una burbuja de atractivos colorines que terminará explotando, aunque tengan que pasar varias legislaturas.
Quizá habrá que esperar tanto tiempo porque las notables desavenencias de las formaciones políticas de la oposición favorecen al Partido Popular, que se crece cada vez más sabiéndose sin alternativa política consistente. Lo cierto es que ningún partido de la oposición gallega presenta una opción sugerente y sólida para atraer a los votantes.
El Partido Socialista, por su parte, se ha pegado un tiro en un pie con la imposición de unas listas que no reflejan el sentir de la mayoría de las bases reales, puesto que en Vigo, en A Coruña y en Santiago, los núcleos de población gallega más importantes en muchos aspectos, ha resultado claramente perdedor.
Y aún así lo han designado como candidato, algo absolutamente intolerable y reprochable que tendrá una importante repercusión en las urnas. La dirección del Partido Socialista en Madrid demuestra haber sido incapaz se ver esta realidad, y su candidato oficial, Xoaquín Fernández Leiceaga, comienza una campaña en la más absoluta soledad, como un auténtico perdedor anunciado.
Y en el caso de las demás opciones políticas gallegas, todas ellas se comportan con tantas diversificaciones -con la apariencia de existir un partido en cada puerta- que pierden fuerza para contrarrestar a un Partido Popular que, en estas circunstancias, está nadando en la arrogancia.