Así las cosas, el Concello de la ciudad está dispuesto a romper las barreras arquitectónicas y orográficas, y ha decidido construir unas rampas rodantes para facilitar la subida peatonal. Esa instalación estará ubicada en el centro de la vía, justo donde actualmente existe un precioso bulevar. Y ahí surge la polémica: una parte de la ciudadanía protesta por la desaparición de esos setos, de esos árboles y de esos bancos de piedra.
Y una inmensa mayoría espera a que esas rampas les permitan desplazarse por esa avenida sin cansancio o sin la necesidad de tomar un taxi o un autobús, o de tener que descansar de vez en cuando para tomar aire. Los dueños de los locales comerciales ya se están frotando las manos ante la nueva vida que tendrán esas zonas altas de una ciudad desarrollada en torno al monte de O Castro.
El bulevar es realmente precioso, pero lo cierto es que sólo se utiliza para pasear los perros y que hagan sus necesidades, o para cruzar de una acera a otra, salvo algún despistado que termina recorriendo el camino en absoluta soledad rodeado de coches y autobuses. Es una lástima que tenga que modificarse el bulevar, cierto, pero la ciudadanía viguesa necesita que se rompa esa barrera para que Vigo avance y se convierta en una ciudad accesible. Bienvenida sea la rampa.