“¡Esto es la Casa de la Collona!”, exclamamos en Vigo ante un desastre que parezca un lupanar, un quilombo, una mancebía o, dicho llanamente, una auténtica casa de putas. Pero hubo otros burdeles de fama antes de que se hiciese famoso el ‘Bar Abanico’, el verdadero nombre del que regentaba Doña Esperanza, apodada ‘La Collona’, en la calle Abeleira Menéndez. Tal es el caso, ya medio siglo antes, del prostíbulo de Jesusa ‘La Paxareta’, que en el año 1909 trajo de cabeza al alcalde, a media corporación municipal y al gobernador civil de la provincia.
En el Archivo Municipal se conservan los documentos contra esta casa de lenocinio de principios del siglo XX, cuando la falta de higiene en A Ferrería provocaba auténticos brotes epidémicos de enfermedades venéreas. Muchos de los contagiados eran militares, grandes clientes del barrio chino vigués, que llegaban a puerto en las flotas de diversas banderas.
Un buen ejemplo lo recoge un informe del comandante del Contra-Torpedero ‘Proserpina’, quien denunciaba en junio de 1909 que “el prostíbulo regentado por Jesusa ‘La Paxareta’ en la calle de la Herrería no cumplía con las medidas higiénicas, pues varios miembros de la dotación del buque resultaron enfermos después de mantener relaciones con la misma pupila”.
Cuatro años más tarde, el 15 de abril de 1913, todavía el Gobernador militar de Vigo comunicaba a la Alcaldía que en el Hospital Militar se encontraba ingresado “un considerable número de miembros de la guarnición que padecían enfermedades venéreas”.
Lo explica el historiador Manuel Fernández González, autor de una completa monografía sobre la reglamentación de la prostitución en Vigo en el primer tercio del siglo XX: “Una parte de la clientela de los prostíbulos de la ciudad la constituía, pues así lo indican las fuentes, los militares, tanto los que formaban la guarnición de la plaza de Vigo como los miembros de las dotaciones de los buques, de las diversas marinas, que hacían escala en el puerto vigués”.
En 1920, el concejal Domingo Lago pronunciaba un encendido discurso en el pleno, destacando que Vigo era ya entonces “una ciudad cosmopolita en la que la población flotante es muy numerosa constantemente”, pero lamentaba que como producto de ello había gran número de “maleantes, licenciados de presidio y de carteristas que constantemente merodean en esta población que raro es el día que no roban una cartera a un emigrante o inmigrante o hacen un robo con escalo”. Lago afirma que estos delincuentes se alojan en fondas “que deberían estar matriculadas como casas de lenocinio donde se roba y estafa”.
Y es que, en efecto, había una gran acumulación de prostíbulos en aquel vibrante Vigo de hace un siglo. En 1913, el Ayuntamiento hizo un censo en el que aparecían inscritas 388 prostitutas y 47 propietarias de prostíbulos. Pero se estima que las cifras eran muy superiores, porque buena parte de los burdeles actuaban de tapadillo, sin someterse a registro. Sólo en la pequeña calle San Sebastián, en el Casco Vello, había 14 lupanares, y 9 en la calle Herrería, entre ellos el famoso de ‘La Paxareta’.
Manuel Fernández recoge una denuncia de varios vecinos ante la Junta de Sanidad en 1926, en la que se quejan de la “invasión de casas clandestinas de prostitución que, saliéndose de sus barrios habituales, se expanden por la ciudad y toman asiento en cualquier casa de vecinos honorables, cuyas hijas tienen, por fuerza, que contemplar espectáculos poco edificantes”.
Para atajar la ‘alarma social’, el Concello prohíbe la actividad en las esquinas entre las 11 de la mañana y las 11 de la noche: “Cualquier prostituta sorprendida en la calle entre dichas horas será encarcelada”.
Pero la realidad es un terrible drama, en la que jóvenes son captadas en el rural gallego y llevadas a prostituirse a Vigo con engaños. Un informe de Sanidad de 1925 señala que más de la mitad de las mujeres prostituidas son huérfanas y que abundan (62,1%) las que son analfabetas, un porcentaje muy por encima de la media. Muchas de estas mujeres, son enviadas a América en los trasatlánticos con los emigrantes. Hay documentos del Centro Gallego de Montevideo quejándose de las niñas gallegas que son enviadas engañadas al Uruguay y terminan obligadas a prostituirse en los burdeles de ambas orillas del río de la Plata.
Además, también en Vigo son explotadas de una manera salvaje. En 1922, el alcalde dicta un “Reglamento de la Profilaxis pública de las enfermedades venéreo-sifilíticas de Vigo” y se prohíbe que haya niños en los prostíbulos o se obliga al descanso de las embarazadas, que no podrán “trabajar en los tres meses anteriores al parto, y en los cuarenta días siguientes al parto”. Como esto no se cumple, la policía visita los burdeles y recluye a las mujeres en un asilo de maternidad durante ese período.
En esa época, se hacen también inspecciones sanitarias en los burdeles, a cargo de médicos de la Junta Local de Sanidad. Y están registrados momentos de auténticas epidemias de sífilis y de gonorrea en la ciudad, con el agravante de que estas dolencias no sólo afectaban a los puteros, sino a sus desdichadas familias, contagiadas o con malformaciones transmitidas a su descendencia.
Así que el panorama de la prostitución era también sórdido hace un siglo. En los tiempos en que Jesusa ‘La Paxareta’ era la madame más famosa de A Ferrería. Y que traía de cabeza al alcalde, al gobernador civil, a los concejales y a la tripulación completa del glorioso Contra-Torpedero ‘Proserpina’.
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