Entre sus calles pasearon reyes, notables literatos – véase Julio Verne, de quien se dice que disfrutó de una agradable tarde al sol charlando con el alcalde de la ciudad en los soportales de la plaza de la Constitución – se gestaron revoluciones, se fundaron empresas exitosas y se formaron importantes partidos políticos. La actual calle Real dio casa a muchos de los más importantes vigueses de la época, el propio conde de Torrecedeira decidió construir su ostentosa casa en pleno centro de la urbe, al igual que lo había hecho el gobernador del municipio durante el Trienio Liberal – a día de hoy aún se puede seguir viendo el escudo en la fachada del edificio – y como ellos, muchos otros. Tal vez el más memorable de los vigueses que construyó su casa en la zona vieja fuera el marqués de Valladares, que hasta hace poco estaba totalmente abandonada en estado ruinoso y olvidada por todos los vecinos que alguna vez pasaron frente a su puerta. La casa del marqués de Valladares está situada justo al lado de la Iglesia de la Colegiata y, durante muchos años, fue la meca de gran parte de los aristócratas gallegos que acudían a la urbe y no podían dejar pasar la ocasión para saludar y buscar el beneplácito de tan importante familia.
La familia Valladares esta relacionada con uno de los episodios más emblemáticos de la historia de España, de cuando el sol nunca llegaba a ponerse en el imperio de los Austrias. Fructuosamente, los monarcas españoles de la época, comenzando con Carlos I, financiaron y formaron un nuevo destacamento de élite dentro del ejército español, lo que se llamaron los Tercios. Fue el primer ejército moderno europeo tanto en cuestión de equipamiento, con picas y arcabuces, como por la eficacia de su estrategia dentro del campo de batalla. Generalmente, los tercios estaban compuestos por dos grupos de soldados, los veteranos, quienes se encargaban de formar y desenvolver en el terreno a los menos expertos, y los jóvenes, en su mayoría voluntarios, todos ellos financiados por la baja nobleza del Estado español. Ahí era donde estaba el protagonista de nuestra historia, Fernando de Valladares Sarmiento, quien en 1643, concretamente el 12 de julio, creó en el primer tercio de infantería de la ciudad con un millar de hombres divididos en once compañías.
El tercio de Valladares, como así se llamó oficialmente en 1656, estuvo tres años en situación pasiva, hasta que volvió a formarse con quinientos hombres más que la primera vez. El regimiento se estrenó en combate bajo la dirección de Pedro Aldao contra la expedición portuguesa del célebre Rodrigo Pimentel, marqués de Viana, donde el tercio vigués consiguió una importante victoria que acabaría forzando la paz entre ambas naciones. Tras su primera victoria, animadas las gentes por la buena pericia del regimiento, el batallón consiguió aumentar nuevamente sus tropas hasta contar con quince compañías. Pero poco tiempo tuvieron para descansar. Fueron llamados nuevamente al combate en 1668; embarcados en el puerto vigués pusieron rumbo a Ostende donde se fraguó la impertérrita leyenda de los Tercios de Flandes.
La triple alianza de España, Holanda y Austria, renovada en 1870, promueve la guerra con Francia en Flandes. El 11 de agosto pelea ardientemente el tercio vigués en Seneff, comandado aún por Aldao, donde queda la batalla indecisa. Desde 1883 se le encomienda al tercio la tarea de guarnecer la plaza de Bruges, poco podían imaginarse ellos que ante las puertas de dicha ciudad se les presentaría el mismísimo rey francés, Luis XIV, escoltado por 40.000 hombres en mayo del año siguiente. Dicen las historias de la época que la defensa que hicieron los vigueses de la plaza fue estoica, pero desgraciadamente se vieron obligados a capitular ante la aplastante superioridad numérica de los franceses, quienes dieron muerte el 28 de ese mismo mes al héroe y capitán del tercio vigués, Pedro Aldao. El tercio se vio obligado a capitular en junio, pero siguió guarneciendo la plaza hasta 1688. En agosto del año siguiente, en 1689, ambos ejércitos se traban en la batalla campal de Valcourt, entre el mariscal Humiers, jefe de los franceses, y el príncipe Waldeck, del ejército hispano-holandés, a mandos de quien el tercio vigués tendrá la arriesgada tarea de cubrir su vanguardia. La batalla se decide en favor de los aliados.
A la muerte de Aldao le sucedió en el cargo el marqués de Villadarias, quien experimentó una serie de reveses en Fleurus, Charle-Boi, Namur y en la ciudadela de esta última plaza, abandonada a sus propios y escasos recursos y, según dicen, defendida hasta un extremo inconcebible. En compensación gana a Huy, el 28 de septiembre de 1684; pero la fortuna reñida hasta entonces con el denuedo aquileo de nuestros soldados les sonríe en 1695.
La reconquista de Namur ornó de laureles al aguerrido tercio vigués. Durante el sitio del municipio, las tropas viguesas hicieron uso de sus afamadas picas y de sus temidos mosquetes para capturar la fortificación y defenderse de los centenares de cañones que bombardeaban a las tropas españolas. Despreciando la vida y asombrando con su temeridad a propios y a extraños, el ejército aliado consiguió tomar por asalto la plaza el día 4 de agosto de 1695, rendir definitivamente la ciudadela y forzar a los enemigos a firmar la paz de Riswick.
Las hazañas bélicas del tercio que una vez se formó en el Casco Vello de Vigo siguen adelante, pero esa será una cuestión para futuras entregas. Por ahora tan solo quería recordar los buenos tiempos en los que esa casa abandona y derruida en una de las esquinas de la ciudad, al lado de la colegiata, infundía respeto y añoranza entre las humildes gentes de aquel pequeño pueblo litoral. Ahora esperemos que el famoso banco que tiene planificada la rehabilitación de la instalación la trate con el mismo respeto.