Las nieblas de los días pasados han sido el preámbulo de una tormenta huracanada que en los tiempos modernos que vivimos se clasifica con la rimbombante categoría de “ciclogénesis explosiva”, e incluso se le bautiza con un nombre propio de persona —quizá unido a la maldad para los responsables de elegir el nombre—, que en este caso concreto resulta ser “Ana”. Pobres de todas las Anas. Antes, en cambio, todo era más sencillo y se resumía llamándole galerna. Y cuando se acercaba una galerna, que en invierno eran frecuentes, todo el mundo sabía los peligros que conllevaba y se tomaban las debidas precauciones: los barcos se resguardaban en el interior de la ría; el servicio de pasaje entre Vigo y O Morrazo se suprimía; la flota de pesca quedaba amarrada en el puerto; y, entre otras cosas, sólo se salía a la calle en caso de necesidad. Ahora todo es más estridente y superlativo. Sin embargo, sea como fuere, este temporal era deseado por toda la ciudadanía ante el temor de las restricciones del agua y afectado por las graves consecuencias de una sequía prolongada que casi nadie recordaba.