A Humberto Baena lo fusilaron un día como hoy, el 27 de septiembre de 1975. Ya han pasado cuarenta y cinco años, pero sigue vivo en la memoria de quienes lo conocimos. Recuerdo perfectamente aquel día aciago. Yo no me podía quitar de la cabeza que habían fusilado a Baena al amanecer. Lo habían culpado de un horrendo crimen que él nunca reconoció. Muchas personas siempre hemos creído en su inocencia porque él era un tipo tranquilo y pacífico.
Habíamos coincido como compañeros de curso en el Instituto Santa Irene, de Vigo en los años sesenta. No puedo decir que fuéramos grandes amigos, mentiría si dijera tal cosa, pero nos apreciábamos y siempre que nos encontrábamos echábamos una buena parrafada. Baena era, como digo, una persona tranquila y pacífica. Era un chaval muy sensible al que le gustaba mucho la poesía, hasta había escrito algunas que alguien tendría que recuperar. También tenía una gran conciencia social y le molestaba la injusticia, como a tantas personas.
La última vez que lo vi fue en la Rúa Elduayen, delante de las escaleras que suben a la Praza de Argüelles. Nos alegramos al vernos porque hacía tiempo que habíamos acabado el bachillerato y nuestras vidas nos llevaban por ocupaciones y localizaciones diferentes. Estuvimos charlando un rato y me contó su disgusto cuando acudió a un organismo público y, estando en la cola de espera, observó el trato displicente de la persona de la ventanilla hacia a una pobre mujer que intentaba arreglar un asunto. Me dijo que salió en defensa de aquella mujer y le pidió a quien estaba en la ventanilla que la tratara con respeto. Ese era Humberto Baena, una persona pacífica, pero reivindicativa.
Una vez más afirmo que siempre he estado convencido de su inocencia porque nunca lo vi capaz de matar a nadie, a sangre fría. Aun cuando él pudiera estar metido en algún grupo de resistencia al franquismo, yo estoy seguro de que nunca hubiera matado a nadie. Estoy convencido de que aquello obedeció a una trama oscura para buscar unas víctimas que sirvieran de escarmiento a los movimientos antifranquistas. Ahora, al cabo de estos cuarenta y cinco años, Humberto Baena sigue vivo en mi memoria. Me sigue impresionando profundamente el final de la vida de Humberto Baena, a sus veinticuatro años, de una manera trágica y violenta y unos meses antes, por cierto, de que muriera quien firmó su sentencia de muerte.