Fue uno de los actos fúnebres más impresionantes de la historia de Vigo. Porque, hace un siglo, el súbito fallecimiento del alcalde en ejercicio, Ricardo Senra, inundó la ciudad de miles de apesadumbrados vigueses, en unos fastuosos funerales que incluyeron una comitiva con carroza fúnebre de gala tirada por corceles negros y una procesión por el centro, rumbo a Pereiró, como se recuerdan pocas.
Senra, del Partido Liberal y amigo personal del diputado y ministro Ángel Urzaiz, era al parecer un hombre afable y bienquerido en la ciudad. Natural de Tui, jurista de profesión, había sido decano de los procuradores de Vigo y contaba entre sus distinciones con la Gran Cruz de Isabel La Católica. Había sido alcalde de la ciudad anteriormente, entre 1905 y 1909. Ahora, en su nuevo mandato, su muerte llegó por sorpresa, cuando contaba 76 años.
“Una traidora y repentina dolencia ha puesto fin a las siete de la tarde a la existencia del alcalde de Vigo, Ricardo Senra Fernández”, iniciaba su crónica del 19 de noviembre de 1922 el diario vigués ‘Galicia’. “Ya repuesto de su última indisposición, el Sr. Senra, que se encontraba relativamente bien, se disponía el domingo, a la hora citada, para acostarse, cuando se sintió atacado de la enfermedad que dio remate a sus días”, explica el periódico, que asegura que el médico llamado por la servidumbre sólo pudo llegar para certificar su defunción.
Al día siguiente, se colocaron crespones negros en el balcón del ayuntamiento, y se reunió la Corporación, que en vano intentó convencer a la familia del difunto para instalar una capilla ardiente en el municipio. Pero esto no impidió que el martes, medio Vigo asistiese al entierro, mientras cerraban comercios y colegios en señal de luto.
El funeral en la Colegiata fue cantado por parte del coro de la catedral de Tui, desplazado al efecto. Al término de la misa de réquiem, la comitiva fúnebre se dirigió al domicilio del finado, en el número 20 de la calle Elduayen, donde funcionarios municipales bajaron su ataúd a hombros.
El féretro fue introducido en una carroza gótica que se estrenó ese día por la funeraria La Victoria y que causó gran impresión: “Sobre el severo féretro, conducido en una lujosa carroza, pendía una artística y valiosa corona, ofrenda póstuma de sus compañeros de corporación”, explica el diario Galicia, que añade: “Se estrenó en este entierro una magnífica carroza, que por su lujo ha llamado grandemente la atención del público que presenció el desfile”.
A la carroza con sus caballos negros, seguían filas formadas por niños del asilo con hachones encendidos, profesorado de la Escuela de Artes y Oficios con ramos y coronas de flores, y todos los funcionarios del Ayuntamiento y de la Guardia Municipal, de riguroso luto. Continuaban luego las autoridades, incluyendo al gobernador civil y el presidente de la Diputación, una procesión de los representantes del cuerpo consular y los maceros del Ayuntamiento junto a la banda de música municipal sin instrumentos.
La parte oficial se cerraba con los bomberos vestidos de gala y una larga hilera de automóviles, tras los que marchaban miles de vigueses y viguesas, que acompañaron a su difunto alcalde a pie hasta más allá del paseo de Alfonso, tras lo que la comitiva más restringida continuó en automóvil, incluyendo a los miembros de la Corporación y al teniente de alcalde, el señor Arbones, que asumía en efecto el cargo dejado por el difunto.
El servicio de tranvías fue cortado. Además, la masa humana provocada por los funerales habría impedido circular a los vehículos. Prueba de que nadie se perdió el entierro, con características de ‘funeral de estado’, fue que el capitán del crucero sueco ‘Fylgia’, que se encontraba fondeado en el puerto, desembarcó para subir al domicilio del finado a dar el pésame a su familia.
Ricardo Senra Fernández había estado enfermo unos días antes, pero nada hacía pensar en el trágico desenlace de aquel domingo de noviembre de 1922. Por los vigueses, era apreciado porque, en su primera etapa, había ordenado adoquinar varias calles de la ciudad y había mejorado el alumbrado público, que había llevado al extrarradio. Además, había acometido el alcantarillado de la larga calle Pi y Margall.
Sucedió hace ahora un siglo, cuando Vigo vivió la muerte de su alcalde en ejercicio y convirtió sus funerales en un fastuoso funeral con honores de estado.
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