La batalla de Rande fue un acontecimiento de dimensión europea. Mientras los ingleses acuñaban moneda o bautizaban una calle con la palabra “Vigo”, decenas de impresores comenzaban a lanzar grabados que inmortalizaban el acontecimiento de 1702. Hoy, estas obras se conservan en los grandes museos del continente y en colecciones particulares, como la que atesora el polímata vigués Román Pereiro.
Algunos de estos grabados son fieles reproducciones de la batalla o magníficos trabajos cartográficos, una auténtica joya para contemplar la ría de Vigo de hace tres siglos. Pero otros destacan por lo contrario. Apenas recrean la realidad física ni histórica, pero su encanto está precisamente en su grosería. Y este que encontramos en la Biblioteca Nacional de Francia pertenece a este segundo grupo.
Porque del taller del alemán Jonathan Fesecker salió en Nuremberg esta obra que quiere recrear la ría de Vigo en 1702, aunque con poco éxito. Es obvio que al artista le han contado que los galeones españoles y los buques de guerra franceses se parapetaron tras el estrecho de Rande, al fondo de la ría. También debieron de contarle que, al sur, sobre una colina, estaba la fortaleza de O Castro, con sus cañones, y la iglesia románica de Santa María.
Y no cabe duda de que alguien comunicó al grabador que, a ambos lados de la ría, los fuertes de Rande y Corbeiro se prepararon para disparar a la escuadra combinada anglo-holandesa del almirante Rooke. Pero el resultado final con estos datos parece trazado por una Inteligencia Artificial en sus estadios más primitivos.
Bien visto, el grabado, uno de cuyos ejemplares conserva la Biblioteca Nacional francesa, es una chapuza tanto en geografía como en historia. La flota británica y de los Países Bajos forma en media luna en medio del Atlántico (Oceanus) y dispara sobre los fuertes de Rande y Corbeiro, que el artista sitúa donde en realidad están Cabo Home y Cabo Silleiro. Luego hay una barrera de troncos, que existió, pero justo donde hoy está el puente de Rande. Finalmente, se abren una especie de lagunas en las que primero vemos los buques del almirante francés Chateau-Renault y, detrás, los galeones de Manuel de Velasco. Vigo aparece al fondo de la ría, casi en el lugar donde está Redondela.
Así que el grabado de Felsecker bien podría ganar el título de la obra menos lograda sobre la batalla de Rande. Aunque, en su descargo, habrá que recordar que estas obras ya circulaban por toda Europa apenas unos meses después de la victoria anglo-holandesa de 1702. No hubo apenas tiempo de revisar nada, en lo que sobre todo fue una inmensa operación de propaganda política.
En este aspecto, se imponen los grabados diseñados en los Países Bajos, donde encontramos los mayores derroches de imaginación y de escarnio hacia los españoles. No hay que olvidar que no ha pasado ni medio siglo desde la Paz de Westfalia de 1648, con lo que sigue viva (aún hoy se recuerda) la auténtica carnicería que supusieron las guerras de Flandes, con los Austrias empeñados en conservar a sangre y fuego los territorios de las Siete Provincias Unidas: Frisia, Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda. Aquella sangría también lo fue para la Corona Hispánica y para sus súbditos. Por eso la victoria de Vigo sonaba tan gloriosa.
En el Rijksmuseum de Ámsterdam localizamos dos docenas de grabados satíricos diferentes, en gran formato, trazados con preciosismo, en los que la victoria en Vigo se magnifica, mientras se ridiculiza a españoles y franceses.
Uno de los artistas más prolíficos fue Romeyn de Hooghe, que firma varios grabados. El más llamativo representa la ría de Vigo, en la que el Rey Sol, Luis XIV, el delfín de Francia y el almirante Chateau-Renault cabalgan sobre unos monstruos marinos, rodeados de galeones en llamas. Los capitanes de los galeones son representados lloriqueando.
Otro grabado, de Cornelis Huyberts, datado en 1703, es una alegoría en la que vemos al león de Holanda portando una espada, jaleado por un angelote que toca un pífano. Un fortachón que representa a Hércules aporrea con una maza a los españoles y franceses, que piden clemencia. Mientras, en un lienzo del fondo, vemos los galeones de la plata en llamas, bajo un letrero que reza «Vigos».
En otro grabado, un marinero holandés porta una escoba, con la que ha barrido a escobazos a sus enemigos. Al fondo, se ve la ensenada de San Simón, con los barcos en llamas. En segundo término, un inglés se dispone a decapitar a un español con un hacha, mientras a sus pies un francés suplica misericordia.
Pero la palma de los grabados satíricos se la lleva uno titulado “Vigos Cagados”, traducible como “Los cagados de Vigo”. En él, podemos ver un burro, azuzado por un inglés y un holandés, que defeca sobre un español y un francés, que reciben los excrementos dando “gracias a Dios” por la “fuerte lavativa”. Éstos, a su vez, padecen una intensa diarrea, con deposiciones en forma de galeones. En el resto de la estampa vemos al Rey Sol, Luis XIV, con la campana de un tonto, y a Felipe V huyendo a lomos de un conejo.
Pero, sin llegar a estos extremos de escarnio, que dan para horas de diversión apreciando cada detalle de estos grabados, llama la atención la obra de Jonathan Felsecker trazada en Nuremberg en 1703 y que, con su montaña de inexactitudes, encontramos en la Biblioteca Nacional de Francia.