Esta jaula está en la ventana de un primer piso de una calle de la ciudad de Vigo. El piso está un poco alto para que ocurra lo mismo que en cierta ocasión aconteció en un barrio de Córdoba, donde unos chistosos —quizá habría que llamarlos gamberros— robaron una jaula similar con la ayuda de un palo largo, provocando un gran disgusto a su dueño. En ese caso el pájaro cambió de dueño y de casa, no sabemos si para mejor, pero se supone que no para mal.
Y a ese pajarito de la jaula también podría ocurrirle como a un jilguero que hace muchos años fue cazado con ayuda de una trampa fabricada con caña de bambú y luego enjaulado para disfrute de una familia viguesa. Pero la jaula estaba un poco deteriorada. La puerta estaba atada con un simple cordel. Aquel jilguero, más inteligente de lo que parecía, en un momento de ausencia de los inquilinos de la casa, picoteó el cordel hasta conseguir la anhelada libertad.
El pajarito de la jaula de la fotografía, en cambio, no ha sido capaz de escapar y, a pesar de todo, siempre canta cuando sale el sol. Se le oye desde la acera de enfrente, alegrando la vida gris de quienes van o vuelven de sus quehaceres cotidianos, un día tras otro.