Quien ama la pesca no se preocupa de las inclemencias del tiempo. Lo mismo da que haga frío o calor, e incluso es igual que sea tiempo seco o de lluvias, la persona que se divierte pescando aprovecha cualquier momento para hacer un lance y esperar pacientemente a que la presa muerda el anzuelo.
Ahí tenemos, por ejemplo, a un pescador en un muelle del puerto de Vigo con la única compañía de un pequeño faro, observando atentamente los movimientos de la caña y con el dedo en el sedal para percibir los pequeños cambios de tensión que provoca el pez cuando muerde la carnada. Lanza una y otra vez el anzuelo y lentamente va dando vueltas al manubrio del carrete hasta que, por fin, un pez queda apresado sin poderse zafar y comienza a tirar en sentido contrario tratando de escapar. Entonces de produce un tira y afloja en el que el pez va perdiendo fuerza y cada vez está más cerca del pescador, hasta que, finalmente, éste lo saca del agua y desprende el anzuelo mientras el pescado coleta y abre y cierra sus branquias por el ahogo, y lo echa en la cesta. Y todo vuelve a empezar.
Es una sensación difícil de explicar, pero muy recomendable para relajarse y para hacer algo de introspección. Y es algo barato, en estos tiempos que corren.