Los tres primeros, “fiel, leal y valerosa”, se le conceden a la antigua villa, desde ese momento oficialmente ciudad, el 1 de marzo de 1810 (aunque no fue publicada la real orden hasta octubre de ese mismo año) por haber sido el primer pueblo de España que se levantó en contra de la ocupación francesa de principios de siglo. La última de las dignidades concedida a la ciudad fue la que actualmente cierra, “siempre benéfica”, con motivo de la repatriación de las tropas que habían combatido en Cuba en 1898. El gobierno de turno determinó conceder a la ciudad un número de repatriados, en su mayoría heridos y enfermos, mucho menor del que la urbe tenía capacidad para asumir. Personas como José Ramón Curbera, el famoso industrial conservero y uno de los ciudadanos más acaudalado de la ciudad, se puso en contacto con el ministro Miguel Correa para que aumentara la cantidad de tropas que recibiría la ciudad. El Gobierno, impresionado con la pasión y esfuerzo con la que cuidaron los vecinos de la ciudad de los derrotados e indispuestos soldados, decidió conceder el título de “siempre benéfica” junto a las anteriores dignidades que lucían desde principio de siglo en el escudo municipal.
Sin embargo, la atención y el cuidado del que gozaron las maltrechas fuerzas desplazadas desde Cuba no hubiera sido posible sin la existencia del recién creado hospital municipal, cuyo funcionamiento se remontaba a unos pocos años antes del inicio de la contienda, concretamente a 1896. Y es que la construcción del llamado, por aquel entonces, “hospitalillo”, fue totalmente casual, fruto de la iniciativa de uno de los próceres más recordados de la historia contemporánea de la ciudad: José Elduayen y Gorriti.
El ayuntamiento de la urbe, reunido en pleno, acordó iniciar una suscripción popular para que cualquier vecino pudiera aportar cuanto considerase oportuno para erigir una estatua en honor del político canovista, y varias veces ministro, Elduayen. La corporación municipal se apresuró en comunicarle la noticia al diputado conservador quien, ante la falta de un centro médico, le sugirió que el dinero gastado en la construcción de la efigie se dedicara a la construcción de un nosocomio que diera servicio a toda la ciudad. Sin embargo, el dinero que hubo recaudado la suscripción pública para la construcción del monumento fue tan abundante que no hizo falta destinar las 15.000 pesetas que el gobierno local había convenido aportar a la colecta. Así fue como el dinero que el ayuntamiento había estimado dedicar al levantamiento de la figura que hoy luce en el paseo del náutico, fue dedicado íntegramente a la edificación del hospital municipal, inaugurado con el nombre de Hospital Elduayen en 1896. Además de haber dado la idea que acabó dotando a la ciudad de su primer sanatorio, el propio exministro sufragó de su propio bolsillo los gastos de la instalación de 25 camas y otros acondicionamientos por valor de 20.000 pesetas.
19 de marzo de 1896, primera piedra del monumento Elduayen en lo que ahora son los jardines de Montero Ríos.
No fue el único de los políticos que contribuyó al levantamiento de la nueva instalación municipal. A lo largo de sus años de trabajo en la política nacional, Elduayen se hizo con un importante número de amigos y allegados que se contaban de entre los más importantes y acaudalados de la región, muchos de los cuales se unieron a la labor filántropa del diputado en la ciudad. López de Neira, uno de los mayores representantes del partido conservador vigués donó al centro médico más de 8.000 pesetas y la hija del propio don José, la marquesa de Mochales, regaló un retrato de la Virgen de los Dolores para la capilla y varios ornamentos bordados por ella misma. A la inauguración asistieron las más destacadas personalidades de la provincia, entre ellas el obispo de Tuy, Valeriano Menéndez Conde, el alcalde de la ciudad, Marcelino Astray de Caneda, y el gobernador de la provincia, Augusto González Besada.
El Hospital Elduayen continuaría en funcionamiento hasta finales de 1922, cuando se inauguraron los Pabellones Sanitarios. Sin embargo, y por la contra de lo que ha pasado con gran parte del patrimonio urbanístico de la ciudad, el nosocomio fue rehabilitado, reacondicionado y puesto en funcionamiento a la vez que se respetó el conjunto arquitectónico de todo el emplazamiento. Actualmente, bajo el nombre de Nicolás Peña, en honor al médico que dirigió el hospital, sigue prestando a la ciudadanía los tan necesitados servicios sanitarios para los que se creó a finales del siglo XIX.