En primer término se aprecia la histórica cafetería Alaska, testigo de la evolución de un barrio vigués lleno de vida. En los años cincuenta y sesenta del pasado siglo veinte, frente a la mencionada cafetería existía una oficina del fielato, un control aduanero de las mercancías con las que estaba prohibido comerciar desde fuera de la ciudad y que recuerda, a su vez, el mecanismo que existía hasta hace pocos años en el puente de Tui, fronterizo con Portugal. Cualquiera que pretendiera introducir, por ejemplo, aceite, huevos o carne, entre otros productos, en cantidades superiores a las del consumo personal, podía ser multado y las mercancías eran confiscadas. Esto motivaba, por ejemplo, que los asientos de los autobuses interurbanos estuvieran rasgados porque algunas personas escondían las mercancías en su interior para poder ganar un poco de dinero con lo que se conocía como estraperlo. Unos lugares y unas historias que no deberían quedar en el olvido.