Tal como están las cosas con la pandemia del Covid19 todas las precauciones son pocas. Además de las consabidas normas de limpieza, higiene y ventilación, no conviene demasiado contacto con personas no convivientes, incluidos los propios familiares. Qué mejor que estar al aire libre, bien sea paseando —más bien deambulando— por las calles, jadeando por el efecto de la mascarilla sobre la nariz y la boca, o, incluso mejor, sentados en un banco de una plaza dando de comer a las pacíficas palomas.
Esto es lo que están haciendo esas personas en la Praza da Independencia, de Vigo, que en su día se recuperó para uso y disfrute de la ciudadanía viguesa, cuando las calles que confluyen en ella la llenaban de coches y de autobuses, con molestos ruidos y un aire casi irrespirable, y las aceras estrechas. Cuántas protestas hubo en su momento en contra de esa humanización. Muchos de los que entonces protestaban con argumentos que apuntaban a los peligros y al caos de su reforma disfrutan ahora de este espacio urbano. Quién la vio y quien la ve ahora, tan plácida y agradable.