El 19 de abril de 2021 ha fallecido Francisco Castrillo Villar, uno de los mejores atletas que ha tenido la ciudad de Vigo, además de médico vocacional y totalmente entregado a su profesión, un excelente padre, y muy querido amigo de todos los que a lo largo de su vida lo hemos conocido y hemos compartido parte del tiempo que hemos vivido.
Coincidí con Paco, como le llamábamos todos, en el colegio Niño Jesús de Praga, pero nuestra amistad se consolidó en el colegio de los Jesuitas de Vigo. Formamos parte de la promoción del 69, la más vital en la historia del colegio y la única en la que todos los compañeros que en alguna ocasión hemos coincidido aquellas aulas y patios nos mantenemos unidos hasta estas fechas, conectados a través de las nuevas tecnologías. Al marchar del colegio, la vida nos ha ido llevando por caminos diferentes, pero conservando la amistad incluso más que el primer día, porque ahora la valoramos con mayor intensidad; realmente es de las cosas que que más valen la pena.
A Paco y a mí nos unió una buena amistad y formábamos pandilla con José Manuel Ferrín Seoane, Álvaro García González, Enrique Millán, Eustaquio Lago Collazo (fallecido hace unos años), Manuel Fuertes Galván, Antonio Portela, y muchos otros que sería largo de enumerar. Recuerdo numerosas anécdotas de aquella época.
Castrillo vivía en un piso de un pequeño edificio en la Avenida de Sanjurjo Badía, concretamente en la Calzada, frente a la Confitería “Dos Hermanos”, que hacía esquina con la Rúa Xulián Estévez y que ya no existe (ahora existe una farmacia). Allí comprábamos unas milhojas y unos enormes chantillís todos los domingos cuando salíamos de misa en el colegio, que era de asistencia obligatoria y con el uniforme reglamentario completo: zapatos negros, calcetines blancos, pantalón gris, camisa blanca, corbata azul grana, y chaqueta azul marino con el escudo del colegio bordado en el bolsillo.
En la parte posterior de su casa tenían una huerta que lindaba con el muro del convento de las Salesas. Allí vivíamos nuestras grandes aventuras. Paco era un gran amante de la naturaleza y de todo tipo de bichos, a los que no le tenía ningún miedo. Siempre había pensado que terminaría estudiando algo relacionado con los animales y bichos. En la huerta jugábamos con bichos paja, con mantis religiosas, con libélulas, con hormigas, cogíamos abejas y las metíamos en frascos de cristal, y lo mismo con lo que llamábamos culebras de cristal, y con pequeños lagartos. Recuerdo que una vez cogimos unos lagartos y, sin dudarlo, los partimos por la mitad con las manos, para ver cómo eran por dentro. Todo eso me resulta impensable en el día de hoy. Y en lo alto de la huerta, apoyada en el muro del convento, había una pequeña cabaña que había construido él y su hermano con ramas y hojas de los árboles; era un escondite perfecto para jugar. Pero un buen día se nos ocurrió hacer una pequeña hoguera en el interior, con la mala suerte —en realidad, poca previsión por nuestra parte— que el fuego se propagó rápidamente y se formó una enorme hoguera que convirtió en cenizas la cabaña. Fue un disgusto para todos.
Yo vivía en García Barbón, frente a los jardines y la pequeña fuente que está bajo la calle Alfonso XIII. Cuando quedábamos en mi casa, Paco venía corriendo desde la suya, en la Calzada, y subía también corriendo las escaleras hasta el tercer piso —sin ascensor—. Como si hacer aquel trayecto corriendo sin parar no fuera nada. Y por si eso fuera poco, cuando se le olvidaba algo en su casa salía corriendo y recorría el camino al revés y luego regresaba otra vez como si nada, también corriendo, sin jadear siquiera.
Cuando fuimos creciendo nos empezaron a gustar las niñas y tonteábamos como cualquiera, en la calle y en el cine, cuando íbamos. Recuerdo que su gran amor de aquella época era Julita M. Estaba colado y soñaba con ella. Cada vez que la veíamos teníamos que aguantarlo y calmarlo. Pero nunca la llegamos a conocer personalmente, ni él tampoco. Alguna vez la he visto por Vigo y me ha recordado aquellos tiempos.
El atletismo siempre le encantó. Cuando corría era un auténtico puma, una máquina en la que todos los músculos, sobre todo de las piernas, se le tensaban rítmicamente como piezas de una máquina. Lo sorprendente es que cuando llegaba al final no acusaba demasiados síntomas de cansancio. Así fue, que con esas condiciones, comenzó a cosechar triunfos que le valieron la concesión de una beca en la Residencia Blume, en Madrid, para deportistas de alto nivel. Lo visité allí en un viaje y me encantaron las instalaciones y el ambiente. Él era feliz allí. Y aquella beca le valió para estudiar Medicina. Luego la vida nos separó durante mucho tiempo, pero conservando, como ya he dicho, la amistad.
Durante su estancia en la Residencia Blume participó en campeonatos de nivel europeo llegando a ser subcampeón de Europa de triple salto, un nivel que poquísimos atletas españoles han conseguido en aquella época. Sin duda, Francisco Castrillo fue un orgullo para todos y también para la ciudad de Vigo.
Con el paso de los años, Paco Castrillo se centró en su vida profesional y familiar. Paco era muy generoso, tenía un gran corazón y muy buen carácter. Tuvo varios hijos, alguno adoptado. Era un auténtico luchador. Sin embargo, hace años tuvo la mala suerte de coger una enfermedad degenerativa que poco a poco lo fue consumiendo, hasta su muerte. Alguna que otra vez nos encontrábamos en la calle como si nos hubiéramos visto ayer. La fotografía principal que acompaña estas lineas está tomada en el año 2009, en una calle de la ciudad de Vigo, fue la última vez que estuve con él.
Previsor y totalmente consciente de su inevitable e inminente final, Paco dejó todo dispuesto para que los actos estuvieran rodeados de la mayor discreción, por eso nos hemos enterado de su muerte con dos días de retraso, igual que su esquela, que apareció publicada varios días más tarde y en la que sólo figura su profesión de médico, a la que a mí me gustaría añadir “gran atleta, buen hermano, excelente padre, y gran amigo y compañero”, algo que seguramente compartirán todos sus amigos, sus colegas, sus compañeros de deporte, sus pacientes y sus antiguos compañeros de colegio, todos los que hemos sentido profundamente su fallecimiento. Estará siempre en nuestro recuerdo.