Pero la utilización del cochecito, utilizado para soportar el peso de la ventana y facilitar que entre el aire fresco de la calle, también puede ser el indicio de una infancia que ya se ha ido para siempre y que se ha llevado todas las ilusiones. De cualquier modo, los juguetes seguirán siendo el vínculo directo con una niñez que, en el mundo occidental está exenta de preocupaciones y de responsabilidades, y que todavía está al margen de la inquietud del futuro. Ese planteamiento contrasta con la niñez en otros países donde existe explotación infantil de todo tipo, donde no hay escrúpulos para obtener mano de obra barata o disfrute sexual a costa de destrozar la vida de los más pequeños, y donde existen fábricas montadas en grandes barcos que permanecen fondeados en aguas internacionales para evadir la persecución legal de estos abusos, como si estuvieran flotando en un limbo inexistente para que nuestra realidad cotidiana sea más asequible. Al hilo de este asunto también conviene resaltar que los mayores responsables de cometer esas tropelías no tienen por qué estar demasiado alejados de nosotros. Basta preguntarse cuántas empresas multinacionales estarán beneficiándose de los bajos costes de fabricación de ese tercer mundo que, a fin de cuentas, tanto depende de nuestro consumismo, unos abusos que siguen existiendo porque nosotros preferimos mirar para otro lado. Quién sabe si ese cochecito lo habrá fabricado algún niño del tercer mundo en condiciones inimaginables que nunca desearíamos para nuestros hijos. Por eso hace tanta falta que entre aire fresco y limpie la esclavitud que todavía sigue existiendo.