En todo el mundo se están viviendo tiempos convulsos con choques de intereses de todo tipo: religiosos, económicos, políticos y sociales. Cualquier bando —-partido o grupo religioso—- dice estar en poder de la verdad y menosprecia al resto de los contrarios. En todo caso surgen alianzas impensables para tratar de conseguir lo que no es fácil por separado, a cualquier precio; luego ya se discutirá cómo repartir el logro alcanzado, el botín. Y no importan las víctimas, sino el fin perseguido. ¿Cuántas víctimas han sucumbido a lo largo de la historia en defensa o a consecuencia de las creencias religiosas? ¿Y cuántas siguen cayendo hoy en día?
La mayor parte de los males que afligen al mundo de hoy son provocados por las religiones, que cercenan muchas libertades e influyen en las tendencias políticas. Y no resulta extraño que las banderas religiosas acostumbren a ondear junto a las de simbología política más afín; las hay de derechas y las hay de izquierdas, aunque ninguna adopta ese tipo de adjetivos. La religión católica tampoco es una excepción. Actúa igual que las demás. Antaño tuvo un enorme poder que después se ha visto mermado por el desarrollo cultural de los pueblos, que ha operado en su contra. Porque es obvio que la ignorancia propicia las creencias en lo intangible y la cultura, por contra, ayuda a poner los pies sobre la tierra.