La leche, los huevos, las gallinas o las verduras pagaban impuestos para acceder al centro de Vigo. Los llamados “fielatos” eran casetas en las que las mercancías del campo eran declaradas y pesadas, abonándose la tasa correspondiente. Esta especie de aduanas en plena ciudad también cumplían funciones de control sanitario y no escaseaba la picaresca para saltarse los controles.
En Vigo, había fielatos en A Calzada, en el acceso a la ciudad desde Teis. También en Peniche, para el control de las mercancías que llegaban desde Coia o Bouzas. Había un fielato en el cruce de Os Choróns, para revisar los productos que venían de O Calvario, así como otro fielato de la Ribeira, que controlaba lo que entraba desde O Berbés y la parte costera. También hubo un fielato en la estación, para supervisar los víveres que llegaban en los trenes.
«Estación sanitaria»
El cobro de estos arbitrios tenía su origen en la antigua alcabala, el impuesto que gravaba el comercio durante el Antiguo Régimen. Los fielatos, cuya denominación oficial era “estación sanitaria”, en realidad se dedicaban a recaudar impuestos y su nombre derivaba del fiel de la balanza que se utilizaba para el pesaje de los productos.
Clientela diaria de los fielatos vigueses eran las “leiteiras” de Mos que cada día bajaban con la leche fresca, recién ordeñada, en el tranvía que llegaba a Vigo desde O Porriño. También las numerosas personas que, desde todas las parroquias del rural vigués, se trasladaban a Vigo a vender pollos, huevos frescos, verduras o carne.
Horarios
El horario de los fielatos era oficialmente entre la salida del sol y el ocaso. De hecho, por esta razón se denominaba “matute” al contrabando que intentaba meter productos en la ciudad sin pagar el impuesto. Su etimología es la misma de la palabra “matutino” y viene del latín “matuta”: “tempranero”. Se cree que los agentes que se dedicaban al “matute” intentaban pasar los productos muy de mañana, antes del amanecer, para ahorrarse pagar en el fielato.
En cualquier caso, la picaresca era abundante. El que fue cronista de la ciudad de Vigo Avelino Rodríguez Elías publicó en 1921 un cuento titulado “O estudante matuteiro”, en el que un estudiante burlaba al fielato de Compostela, apostando que conseguiría pasar un carnero vivo por delante de la caseta sin pagar. En dos ocasiones previas, el universitario pasó con un perro en un saco, que los funcionarios le obligaron a abrir, con lo que el can se escapó. A la tercera, ya con el cordero en la bolsa, los agentes del fielato lo dejaron pasar sin revisarlo.
Estraperlo
Pero no hace falta recurrir a la literatura para encontrar el estraperlo en el fielato, porque abundan las noticias en prensa de ventajistas detenidos cuando intentaban algún truco ante la caseta. En el diario “La Actualidad” de septiembre de 1895 encontramos la siguiente noticia: “Música matutera. Un individuo que diariamente introducía por el fielato de Vigo carne en un acordeón acaba de caerse con su música. Los dependientes le han registrado ayer el instrumento y encontrado en él un gran trozo de carne”.
Sistema impositivo
Los fielatos, que cobraban los ayuntamientos, llegaron a extenderse hasta mediados del siglo XX, cuando una reforma fiscal encontró nuevas fórmulas para gravar el comercio y los productos agrícolas sin recurrir a estas casetas de madera que, en realidad, eran una auténtica reliquia del sistema impositivo ya desde la Edad Media e incluso en época romano y visigótica, con sus portazgos, barcajes y tasas por el comercio y las asistencias a las ferias en villas y ciudades. Las murallas muy a menudo eran más útiles por su función para controlar el paso y cobrar impuestos que por su valor defensivo. De hecho, en Vigo, mientras existieron las murallas, se pagaba por introducir mercancías por sus puertas.
18 empleados
Nicolás Taboada Leal enumera en 1840 el sistema de cobro en las murallas viguesas: “La administración del derecho de puertas de esta ciudad consta de 18 empleados por la hacienda, á saber: un visitador, 6 fieles para igual número de puertas, dos interventores, un cabo con 4 dependientes de visita, y cuatro mozos de fielato”. Según narra el cronista estos empleados cobraban la tarifa a “todo lo que se introduce para el consumo en la ciudad y su alcabalatorio”. La recaudación anual sólo por estos impuestos municipales era de 14.000 duros. Aquel impuesto al comercio más modesto siguió alimentando las arcas públicas municipales hasta mediados del siglo siguiente.