Sea como fuere, en la loseta de la puerta hay una inscripción donde aún puede leerse “Gumersindo Pérez”, con las letras un poco deslucidas por el paso del tiempo y por las numerosas pisadas de quienes entraron y salieron durante años. Seguramente en su día era una pequeña tienda de barrio que luego cerró sus puertas cuando llegaron los modernos supermercados. Seguramente era una de aquellas tiendas donde había de todo. De todo lo necesario para una vida sencilla, sin plásticos, sin comida preparada, sin alimentos con aditivos ni conservantes, una de aquellas tiendas en las que casi todo se vendía a granel y en unos tiempos en los que la mejor manera de conservar las cosas era la fresquera, un armario con las puertas de malla de alambre para que corriera el aire, una jaula para mantener frescos los alimentos. Luego vinieron las neveras y los congeladores y el mercado, paradógicamente, se llenó de productos envasados y químicamente preparados para aguantar el paso del tiempo. Hoy, con tanto adelanto técnico, vuelven a abrirse tiendas como las de antaño, como la de ese hombre cuyo recuerdo ha quedado en la puerta.