Llama la atención la colección de latas de cerveza que muestra esta fotografía, todas ellas vacías y de la misma marca, aunque de clase diferente, colocadas en fila sobre el bastidor de la cerradura de este garaje abandonado en la Rúa das Camelias, de Vigo. Parecen el resultado de una juerga, diurna o nocturna, de varias personas con afición al orden, salvo por esos pocos recipientes que aparecen en el suelo, quizá tirados por alguna ráfaga de viento o por alguien ajeno al grupo; no tendría demasiado sentido que unos las colocaran perfectamente mientras otros preferían tirarlas al suelo, los ordenados no lo consentirían.
Sea como fuere, lo que es indudable es que un grupo de personas se reúne, siquiera de vez en cuando, en esa entrada para disfrutar de esa bebida milenaria de origen incierto que en la época medieval se tomaba templada y rebajada con agua como si fuera una sopa, y que incluso se le daba a los pequeños de la casa como alimento. Las virtudes de la cerveza son enormes y tomada con prudencia constituye un gran aporte alimenticio. Pero el contenido alcohólico derivado de su fermentación también tiene mucho que ver con la juerga, sobre todo en estos tiempos en los que su bajo precio la hace asequible a todos los bolsillos.