El partido socialista, que estaba al frente del Ayuntamiento municipal con Emilio Martínez Garrido cuando estalló el conflicto, había pasado de ser un partido minoritario que existía a la vera del tradicional partido republicano, a ser uno de los partidos izquierdistas más importantes de la comarca. Los socialistas junto a los republicanos, cuya afinidad se materializó con la formación de la Conjunción Republicano Socialista para mermar el gobierno de Maura durante las primeras décadas del siglo XX, promocionaron en el municipio, en la provincia y hasta en Portugal, la creación de asociaciones obreras y uniones agrarias. Así fue como el grueso de los movimientos obreros se articuló en torno a la UGT, al grupo anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo y demás organizaciones satélite que aparecieron a su alrededor. En los demás municipios colindantes a Vigo también aparecieron numerosos grupos anarquistas, entre ellos destacaban Moaña, Tui, Sabarís, Baiona y A Guarda, donde había un importante número de sindicatos marineros. Candeán tenía un grupo de exiliados anarquistas argentinos, en Beade estaban “La Antorcha del Porvenir” y “Proa al fin”, en San Pedro operaba la agrupación cultural “El Libro”, y en general, había una activa comunidad anarquista organizada bajo la Federación Anarquista Ibérica.
Los meses antes del comienzo de la guerra, los grupos anarquistas y obreros estaban convencidos de que iba a suceder algún acto subversivo por parte de la falange para acabar con el gobierno republicano; información que llegaba de militantes izquierdistas que estaban prestando el servicio militar por toda la región. Las tensiones entre ambos bandos vigueses eran máximas y las hostilidades, de unos y otros, constantes.
Así fue como sucedió que en febrero de 1936, a las nueve de la noche, irrumpieron en el local que tenía la falange en la calle General del Riego – actual calle de Alfonso XIII – varios sindicalistas armados profiriendo gritos y amenazas a los presentes para que levantaran las manos y se pusieran de cara a la pared. Ante la negativa de algunos de los que estaban dentro del local, alguien apagó la luz de la única vela que estaba encendida en ese momento sobre una mesa, dando comienzo a un intenso tiroteo.
Local de la Falange en la actual calle Alfonso XIII. ( Foto Pacheco).
Una vez los disparos empezaron a sonar, los falangistas se tumbaron en el suelo y trataron de arrastrarse hasta la puerta para salir a la calle perseguidos por los asaltantes. La batalla pasó del interior del edificio a la avenida en la que se encontraban, causando el pánico entre los transeuntes que circulaban por la vía. Los asaltantes decidieron huir por la avenida de García Barbón mientras continuaban disparando hacia atrás pensando que alguien les perseguía.
En ese momento apareció José Fariñas, un guardia de asalto vestido de paisano que estaba en la esquina de la calle hablando con su novia – posteriormente se dijo que era una amiga de la familia – que, al escuchar los disparos provenientes de los alrededores del local de la Falange se decidió a intervenir. El primero de los asaltantes con el que se topó fue Luis Quintas, el líder del grupo. Ambos hicieron fuego el uno en contra del otro pero desafortunadamente, tras el primer disparo que realizó el guardia de asalto con el revolver que portaba, el arma se encasquilló y resultó herido en el brazo con pronostico reservado.
El estruendo de los disparos alertó también a la Guardia Civil sita en un cuartelillo próximo al lugar del incidente. Una vez estos llegaron al local de los altercados, se encontraron con varios sindicalistas y falangistas heridos en el suelo, uno de ellos, quien estuvo largo tiempo sin identificar, tenía en sus bolsillos propaganda sindicalista y una pistola marca “Star” del calibre 9:35, acabó muriendo nada más ser trasladado al Cuarto de Socorro. Cuando se produjo el registro del local una vez ya acabado el tiroteo, el personal del juzgado se encontró con varias botellas con un líquido inflamable que presuntamente los asaltantes había llevado para prender fuego a las instalaciones de los derechistas. La Guardia Civil detuvo tras los incidentes a varios sindicalistas y a cinco miembros del grupo fascista.
Se dijo que durante la contienda, uno de los miembros fascistas, llamado Mondrina, mientras tenía las manos en alto fue acercándose poco a poco hacia Luís Quintás, uno de los heridos en la lucha, para quitarle la pistola. No se sabe si consiguió hacerlo pero dijeron los testigos que Quintás gritó a los de su grupo la frase “!A este el primero¡”, momento en el que dieron comienzo los disparos. Según se comentó, Luis Quintas, el muchacho de filiación anarcosindicalista que lideraba el grupo de asalto que entró en el local de los derechistas, tenía un importante historial delictivo a causa de agresiones y asaltos similares por los que fue detenido en varias ocasiones e ingresado en la cárcel.
Días después del acontecimiento se consiguió identificar al muerto desconocido. Su nombre era Robustiano Figueira Villar, un joven de 23 años, natural de Bembribe que trabajaba como metalúrgico en los astilleros de Barreras, los cuales se encontraban en huelga en el momento del asalto. Posteriormente se dijo que en las escaleras que median entre la iglesia de Santiago de Vigo y, por aquel entonces, las oficinas del servicio municipal de aguas, había regueros de sangre que fue imposible de limpiar debido a lo numeroso de los coágulos.
Los investigadores del caso acabaron por determinar que de no haberse arrojado al suelo los falangistas en el momento en el que comenzaron los disparos los muertos hubieran sido más numerosos. ya que los derechistas, que se contaban en torno a los once miembros, no portaban armas, y los sindicalistas, unos seis o siete, disponían de varias pistolas.
Así de turbado estaba el clima en la ciudad; institucionalmente parecía que las instituciones cooperaban entre ellas, y así fue lo que pasó, sin que nadie pudiera haber sospechado al punto al que llegaría la situación nacional tan solo unos meses después. Lo que acontecería en verano de ese mismo año es bien sabido por todos. A pesar del importante número de militantes republicanos, socialistas, sindicalistas y demás, Vigo poco tardó en caer a manos de los sublevados, quienes se hicieron rápidamente con el control institucional de la ciudad. Sin embargo, la conspiración militar que se gestó en el municipio para hacer triunfar la sublevación y las primeras horas de la guerra en el ayuntamiento lo veremos en crónicas futuras.