La gran mayoría de las sociedades europeas clamaban por un cambio en el modelo de funcionamiento de las instituciones estatales en favor de un sistema inclusivo de la sociedad civil, materializado en el reconocimiento legítimo de los derechos naturales de los hombres. La libertad de expresión, el derecho al voto, la separación de poderes o la libertad de prensa fueron los cimientos que asentaron las bases del empoderamiento ciudadano frente a la caduca y despótica jerarquización de las relaciones sociales propias de los siglos anteriores.
Si bien durante las primeras décadas se sucedieron numerosas contiendas entre las dos facciones políticas dicotómicas mayoritarias, absolutistas y liberales, durante la segunda mitad del siglo empezaron a surgir nuevos grupos políticos que, en su afán de representar a grupos sociales minoritarios, enriquecían el espectro político del sistema de partidos español. Así fue como durante la regencia de María Cristina empiezan a coger fuerza, junto a los movimientos patrióticos y nacionalistas, el regionalismo vasco, valenciano y catalán. Por la contra, el regionalismo gallego no prosperó hasta el retorno de la monarquía borbona en 1875. El atraso económico y la falta de infraestructuras fruto del abandono institucional de la región propició la aparición de un grupo de escritores que, reivindicando la identidad cultural de Galicia, trataban de poner fin a los problemas de la nación.
Suele pasar desapercibido el hecho de que Vigo jugó un papel fundamental en la difusión del ideario prerregionalista. Entre los antiguos muros de la fortificada ciudad, en la calle de mayor abolengo de la urbe, había instalado un forastero venido de Santiago un pequeño negocio dedicado a la impresión de libros. Este era Juan Compañel. Su llegada a la villa está fechada en 1856, en cuyas dependencias empieza a editar el periódico La Oliva, la primera publicación de carácter progresista que estaba dirigida por los hermanos Chao, Eduardo y Alejandro, con la participación asidua de redactores de la talla de Manuel Murguía.
Es precisamente este último autor y su mujer, Rosalía, con quien Juan Compañel trabajó durante gran parte de su vida. Editó por primera vez las novelas de Murguía de Desde el Cielo y Mi Madre Antonia y la primera narración de Rosalía de Castro, La Hija del Mar; aunque las obras más afamadas de la imprenta, y por las que es recordado hasta nuestros días, fueron los libros del matrimonio publicados por entregas. De Murguía sobresale el Diccionario de Escritores Gallegos, que se comenzó a imprimir en 1862 y que desgraciadamente quedó inconclusa, y los diferentes cantares que acabaron componiendo la obra magna de Rosalía de Castro, obra fundamental del regionalismo gallego, que vio la luz por primera vez en la ciudad en 1863.
A pesar de que Juan Compañel no desempeñó ningún cargo político ni institucional, se codeó durante toda su vida con los progresistas republicanos de la segunda mitad del siglo, a quienes les brindó los servicios de su negocio para promocionar el ideario del grupo. Eduardo Chao, el más destacado político republicano de la ciudad, quien llegó a ejercer el cargo de ministro de Fomento con Nicolás Salmerón, le encomendó la tarea de editar el periódico local La Oliva. Al poco tiempo de su creación, desde la pequeña imprenta de la calle Real, empezaron a publicarse artículos de los más destacados literatos gallegos como Eduardo Pondal, López de la Vega, Ramón Rúa Figueroa, sin olvidar a Murguía, a los Chao, el alcalde de la ciudad, Atanasio Fontano, e incluso el propio impresor, Juan Compañel, quien no dudó en unirse como articulista en el periódico de sus compañeros progresistas.
Precisamente, a raíz del marcado y efervescente carácter del semanario, su intensa lucha en contra del sistema caciquil gallego y la publicación de diversas tramas políticas de los jerarcas de la época, obligaron a declarar el cierre del periódico por real orden en 1857. Sin embargo, con Juan Compañel en el cargo de editor y director, volvió a aparecer La Oliva con un nuevo nombre, El Miño, con la misma linea doctrinal y el mismo cuerpo de redactores y colaboradores que el del semanario cancelado. No era ningún secreto que los Chao seguían detrás de esta nueva publicación. Cuando expiró la real orden del 11 de abril de 1857 por la que se clausuraba La Oliva, El Miño volvió a retomar su nombre primigenio, bajo el que continuó ininterrumpidamente en rotativa hasta 1873.
A pesar de que el movimiento regionalista no llegó a tener mucho éxito en la ciudad, es motivo de orgullo conocer la historia de un personaje que, entre bambalinas, permitió sacar a la luz algunas de las más hermosas y representativas obras de la literatura gallega.