La historia suele olvidarse de la mitad de la Humanidad, de forma que apenas aparecen en ella las mujeres. Así sucede también con la Reconquista de Vigo, en la que ellas participaron activamente en la revuelta contra los invasores napoleónicos, no sólo en la retaguardia y en labores logísticas, sino también como espías o armadas y luchando en el escaramuzas contra los galos. Por desgracia, frente a la amplia nómina de hombres en este episodio histórico, desde el francés Chalot, a los militares Pablo Morillo o Cachamuiña, el portugués Almeida, el vigués Carolo, el fraile Villageliú o los capitanes escoses MacKinley y Coutts Crawford, por citar algunos ejemplos, en realidad apenas nos quedan un par de nombres de mujeres. Y el más conocido es directamente falso.
Porque en la representación en el Casco Vello, en el 213 aniversario, volveremos a ver a la supuesta heroína viguesa Aurora, un personaje que jamás existió. No aparece en ningún papel de la época, ni en el Archivo Histórico Nacional ni en el Archivo Histórico Militar. Tampoco en los libros parroquiales de difuntos que conserva el Archivo Diocesano de Tui. Porque Aurora es, en realidad, un invento posterior. Comenzó a ser popular cuando el periodista Gerardo Campos fabuló el personaje en un artículo publicado en 1959, en el 150 aniversario de la Reconquista. Y él mismo reconocía que lo había escrito un poco “a la ligera”», imaginando la vida de la supuesta heroína. “Recogemos aquí, a la ligera, la historia de amor y heroísmo de una viguesita que…” Y continuaba dando rienda suelta a su fantasía. De alguna forma, Aurora quería ser, en versión viguesa, la Marianne de la Revolución Francesa. Otro personaje que tampoco existió pero que hoy es un símbolo de la República.
A la invención de Aurora contribuyó luego Xosé María Álvarez Blázquez, que la menciona en su obra «La Ciudad y los Días». Aquí ya se apuntan incluso rasgos físicos, pues se la define como “esbelta y valerosa”. Y cuenta que llevaba y traía correo entre los sublevados situados dentro y fuera de las murallas de Vigo. “Aguarda aún la pluma emocionada que haga revivir la extraordinaria existencia de aquella mujer”, dice Álvarez Blázquez, que comenta que los soldados franceses “le hacían la corte y, al mismo tiempo, la respetaban con santo temor”. Pero tan “extraordinaria” fue la existencia de Aurora que ni siquiera existió.
Sin embargo, sí conocemos otras protagonistas por su nombre. Por ejemplo, el de Juana Rial, tabernera en el corazón del Casco Vello, en cuyo local tres paisanos fueron asesinados a disparos y bayonetazos por unos soldados franceses borrachos. Los muertos eran Joaquín de Silva, viudo, Antonio Salgado, herrero, y Juan Antonio Salgado, criado de un chocolatero. En el bar se presenta el juez instructor del caso para tomar declaración a la tabernera. Y anota en su expediente: “Los franceses entraron a beber vino, y a la sazón entraron también en la taberna los tales sujetos: los franceses convidaron a los españoles, y como uno de ellos pusiese la mano sobre la boca del fusil de uno de aquéllos, irritados éstos, se puso uno encarado a la puerta con el fusil, el otro dentro, diciendo a la que declara que no gritase ni llorase que no le causaría daño; a cuyo tiempo se aproximaron otros muchos más franceses que con los fusiles, sables y bayonetas les dieron golpes y los clavaron, sacándoles fuera de aquel punto”.
Estos documentos se conservan hoy en el Archivo Histórico Nacional en Madrid y relatan el suceso con toda exactitud. En su declaración, Juana Rial añade cómo los asesinos se deshicieron de los cuerpos de aquellos desdichados: “Los llevaron arrastrando conduciéndolos así, calle abajo hasta el cabo de la Lage, a enterrarlos en la arena de la orilla del mar”.
También conocemos que la mujer del alcalde Vázquez Varela actuó como correo, llevando mensajes entre la villa amurallada y los campamentos rebeldes en Zamans y Valadares. Pero no se consigna su nombre, ni siquiera de pila. En cambio, sí conocemos a Manuela del Estanco. La menciona un paisano del que solo sabemos su apellido: Villuendas. Se trata de un vigués que ejerce como agente secreto durante la ocupación francesa, llevando y trayendo mensajes de los sublevados, saboteando a las fuerzas napoleónicas y participando en el contrabando de armas y municiones hacia el exterior de las murallas. En una carta al alcalde Vázquez Varela, Villuendas escribe: “No pudimos verificar Don Norberto y yo la salida ayer noche a causa del fuego que los franceses nos hicieron del baluarte de la Rúa de la Lama a la Puerta de los Carneros”, explica el hombre, que señala además lugares donde hay municiones: “Y también le dije dijese a vuesa merced que en casa de Doña Manuela del Estanco había un cajón de cartuchos para que los recogiese vuesa merced y, si hay proporción, mandarlo”.
Hasta aquí las protagonistas con nombre y apellidos. Apenas dos mujeres. Pero sabemos también que ellas combatieron en primera fila durante esta guerra. Los soldados ingleses de la División Craufurd, que fue evacuada por Vigo, hablan de auténticos horrores. El fusilero Harris cuenta las penurias que padecieron las que viajaban con este cuerpo del ejército: “Una de las mujeres, estando embarazada, hacia la tarde, se separó de la multitud y se tumbó en la nieve, cerca de la carretera. Su marido se quedó con ella y oí un par de comentarios de que habían encontrado su último lugar de descanso”.
“De repente, oí los gritos de un niño y vi a una mujer que intentaba arrastrar a un niño de unos siete u ocho años. El pobre estaba completamente exhausto y sus piernas ya no le soportaban”, escribe Harris: “Algunos hombres habían ayudado antes a la madre y a él, pero ahora pedía ayuda en vano. Nadie tenía más fuerzas que las necesarias para soportar su propio cuerpo y la madre ya no podía llevar al niño en brazos. Nos dio mucha lástima, pero al final el niño no podía ni siquiera llorar, caminando con la boca abierta hasta que ambos se tumbaron y no volvieron a levantarse. ¡Pobres! Seguramente se arrepentían de no haber aceptado embarcar en Lisboa rumbo a Inglaterra, en vez de acompañar a sus maridos hacia España”.
Y, en el bando gallego, muchas combatieron y murieron. Aparecen en los libros parroquiales de difuntos: “El once de enero de 1809 [se da sepultura…] a Benita Pérez, mujer de José de Puga, del lugar de la Touza, que se halló muerta en su casa de resulta de haberse alojado en ella una partida de soldados ingleses”.
El francés Nayles escribe horrorizado por esta estampa: “Bajo los muros de esta villa vi un cuadro espantoso que mostraba los efectos de una guerra tan odiosa: en medio de un montón de cadáveres desnudos y desfigurados, apercibí los de dos mujeres; una de ellas de edad media, tenía un fusil a su lado y llevaba una canana y un sable de infantería, su cuerpo y sus labios ennegrecidos por la pólvora indicaban que había combatido largo tiempo y desgarrado muchos cartuchos; la otra, enteramente desnuda, parecía no tener más de diecisiete años. Los horrores de la muerte no habían alterado sus encantos, que conservaban todo su frescor. La primera había muerto de un disparo en el pecho combatiendo en las filas gallegas; la otra se había precipitado sobre la brida del caballo de un oficial, asaltado por varios paisanos, y había recibido un sablazo que le había hendido la cabeza»”.
Así que no conviene olvidarse de la mitad de la Humanidad cuando se hace historia. Porque es injusto y porque no es verdad. Por eso, las mujeres que combatieron en la Reconquista de Vigo merecen todo el reconocimiento hoy que los cronistas de su tiempo les negaron.