«Ocurre un sangriento suceso, que siembra alarma e indignación en la villa. Tropas de la guarnición francesa habían intentado una salida desesperada al campo inmediato, para forrajear y tratar de conseguir algunos víveres, pero, rechazados valientemente por los sitiadores, hubieron de retirarse sin lograr sus objetivos. Varios soldados de infantería, entre ellos dos de los que formaban parte de la columna fracasada, entraron en una taberna, al tiempo que penetraban también tres pacíficos menestrales vigueses. Los franceses, al parecer, en tono despectivo o zumbón, invitaron a vino a los paisanos; debieron cruzarse palabras agrias, porque uno de los vigueses trató de arrebatarle el fusil a un soldado, en un rapto fatal. Los soldados franceses se abalanzaron sobre aquellos tres infelices y les dieron muerte a bayonetazos.
Se llamaban las víctimas Juan Antonio Salgado y Antonio Salgado, oficiales de herrería, y Joaquín Silva, oficial de chocolatero (una simple placa podría, en cualquier rincón de la ciudad vieja, servir de homenaje perenne a sus memorias).
Al hacerse de noche, los criminales sacaron los cadáveres de la taberna y fueron a enterrarlos a la playa, en las cercanías de A Laxe. Pero al día siguiente, la noticia del horrendo crimen corrió por la población. El juez Vázquez Varela, con toda energía, exigió justicia del general Chalot, al tiempo que iniciaba la instrucción del sumario y solicitaba su presencia o la de un delegado suyo para presenciar la exhumación de las víctimas. Chalot accedió a lo que el juez pedía, ordenó arrestar a los asesinos, para someterles a un consejo de guerra, y concedió un socorro de 1.200 reales a los deudos de las víctimas.
Veremos, no obstante, de qué artimaña se valieron los franceses para soslayar el castigo de los culpables».
19 de marzo de 1809. Xosé María Álvarez Blázquez. «La Ciudad y los Días. Calendario Histórico de Vigo» (Ediciones Monterrey, 1960).