En la última mitad del siglo XIX, Europa descubrió las playas. Hasta entonces, los arenales costeros servían para salir de pesca, para fondear embarcaciones, para recoger algas para abonar las tierras o incluso como cementerio, como sucedió en varias localidades costeras de Galicia o en las islas Cíes. Pero, hace un siglo y medio, llegó el progreso y a la gente le pareció de buen gusto darse baños de mar. Siempre en vanguardia, la ciudad de Vigo no quiso quedarse atrás.
Lo malo es que, en el siglo XIX, ir desde la plaza de la Constitución hasta Samil podría ser un largo viaje. Así que la moda playera apareció en pleno centro, concretamente en O Berbés. Y los vigueses se lanzaron a sus aguas salutíferas, las mismas en las que hoy se negarían a bañarse hasta los mújoles.
La primera casa de baños de Vigo la fundó, en 1860, Norberto Velázquez Moreno, un riojano afincado en la ciudad que erigiría también un gran teatro, en la actual plaza de la Constitución. Aquel primer balneario estaba situado junto a las baterías de A Laxe, donde hoy se levanta el hotel Bahía, y ofrecía remojarse en el mar y también, baños de agua caliente, en cómodas piscinas. La idea triunfó y surgió la competencia. El industrial Clemente Soto abría en 1896, en O Berbés, junto a la calle Real, el balneario “La Iniciadora”, que además de los baños programaba conciertos y festivales de danza. El éxito le permitió ampliar las instalaciones en 1898, pero la construcción del malecón eliminó el acceso al mar y sabemos que, en 1906, “La Iniciadora” ya sólo se dedicaba a los baños termales, aunque aún con buena afluencia de público.
‘La Iniciadora’ comenzó con una estructura en palafito, con columnas apoyadas sobre la arena y 74 habitaciones en las que los bañistas podían alojarse. Más tarde, el empresario erigió un soberbio edificio diseñado por el arquitecto Jenaro de la Fuente. Constaba de dos pisos, uno de ellos destinado a hotel; se accedía por Cánovas de Castillo o Teófilo Llorente, y tenía una vistosa fachada de ladrillo de estilo mudéjar.
Pero, conforme la ciudad crecía, los lugares de baño se iban alejando del centro urbano. Así, en 1900 abre un nuevo balneario, situado frente a la iglesia de San Francisco, aunque tuvo menos éxito que el primero porque parece que la arena, el aire y las aguas aparecían contaminadas por las cenizas que emitía la cercana Fábrica de Gas. Los vertidos de alquitrán sobre el arenal pronto disuadieron a los bañistas de acudir a un lugar de donde podías salir negro, pero no como producto del bronceado.
Así que las playas siguieron alejándose del centro de Vigo. Y, a comienzos del siglo XX, abrió sus puertas el balneario de San Sebastián, situado junto al cementerio de Picacho, donde hoy se encuentra la gasolinera de Beiramar. Aquí acudieron los vigueses durante décadas, hasta que el tranvía hacia Baiona terminó por disuadir a los ciudadanos de bañarse en el casco urbano. Y se pusieron de moda las playas situadas en las parroquias de Alcabre, Coruxo y Canido, las mismas que siguen triunfando cada verano de hoy en día.
El escritor Amador Montenegro recordaba aún el antiguo balneario de San Sebastián, ya deshecho en su juventud: “La casa de baños era un barracón de madera sostenido por recios pilotes, y si en el momento de su construcción debía parecer incluso lujosa, con amplio salón presidido por un piano, a mis 17 años acusaba ya la podredumbre de sus maderas poco cuidadas y su precipitada vejez”, escribía.
Los años, y los sucesivos rellenos portuarios, se llevaron las viejas playas urbanas de Vigo, una detrás otra. Ninguna sobrevivió, como sí ocurrió en otras ciudades costeras como la Concha de San Sebastián o Riazor, en A Coruña. Así que, mirando atrás en el pasado, nos suena raro que nuestros antepasados se bañasen en O Berbés. Pero así eran los veranos que vieron otros siglos…
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