La llamada ‘gripe española’ dejó en Vigo unos 635 muertos, una cifra enorme para una época en la que la ciudad tenía la cuarta parte de habitantes. “Es como si hoy hubiera más de dos mil muertos, una barbaridad”, resume el historiador Xosé Carlos Abad Gallego, autor de una monografía sobre la pandemia en la ciudad. La segunda ola epidémica, llegada en agosto, fue la que más afectó a la ciudad olívica y, hacia las navidades, parecía que la crisis había remitido. Pero en enero, tras las fiestas, llegó la tercera ola.
Una foto en el diario ‘El Fígaro’ muestra la Puerta del Sol de Madrid abarrotada el 21 de diciembre de 1918. «Esperando la suerte», titulaba el periódico. En Vigo, sucedía otro tanto: después de meses de contención, la gente salió a festejar… y el virus volvió a extenderse.
«No sé si la historia se repite, pero de lo que sí estoy seguro es que desde que el mundo es mundo son las epidemias las que se repiten. El ser humano ha vivido siempre con epidemias y es previsible que lo siga haciendo», aseguró el investigador Fernando García Sanz, del Instituto de Historia del CSIC, para comentar la foto en una reciente conferencia.
“En Vigo, cuando llegó la segunda ola de la pandemia no la esperaban”, explica el historiador vigués Abad Gallego: “Fue la más mortal y no contaban con ella. La gripe se daba por superada. Los cogió fuera de lugar… Y aún siguió más adelante, en el año 1919 con una tercera ola… y esto parece que es un clásico en todas estas crisis sanitarias. También pasó con la pandemia del cólera morbo asiático en el siglo XIX. Siempre piensan que, cuando pasa la primera crisis, ya está superada”.
Y eso que Vigo había hecho antes un gran esfuerzo para contener la pandemia. Con la gripe de 1918, murió mucha gente en muy poco tiempo. En todo el mundo, aquel virus dejó entre 20 y 100 millones de muertos, según quien haga las cuentas. Esto de no tener un cómputo claro de fallecidos es una constante en todas las pandemias.
El resultado supuso un hachazo demográfico, porque no se cebaba con las personas mayores, como ocurre habitualmente, sino que aquella cepa afectaba especialmente a los jóvenes, que fallecían entre tres y cinco días después de los primeros síntomas.
La ‘gripe española’ no distinguía edades, como tampoco clases sociales. De hecho, la ciudad está conmocionada por la reciente muerte, el 8 de octubre de 1918, del marqués de Mos y Valladares, Fernando Quiñones de León, que vivía en el pazo de Castrelos. Contaba sólo 35 años.
La sensación generalizada era de pánico. El Hospital Elduayen no daba abasto para atender a los enfermos y se reforzó su plantilla con personal religioso, mientras el Ayuntamiento repartía medicinas, leche, caldo y mantas entre las familias más pobres.
La prensa de la época transmitía esta situación dramática. En los periódicos de noviembre de 1918, leemos los bandos de la Alcaldía, llamando a la gente a extremar las medidas de higiene. En el semanario El Tea, que se publica en Ponteareas, encontramos “Las 16 recomendaciones para luchar contra la grippe”. Entre ellas, estaba encalar las fachadas de las casas, “no concurrir en lugares cerrados donde se aglomeren personas”, desinfección de las habitaciones “quemando en ellas azufre”, así como “permanecer al aire libre y al sol el mayor tiempo posible”.
Las recomendaciones, que encontramos también en otros diarios, incluyen “hacer que los enfermos escupan en escupideras que contengan agua y sulfato de cobre”, lavarse las manos cuidadosamente con jabón y alcohol, además de “hacer vida ordenada, sin abusar de alcoholes ni placeres, alimentándose cuidadosamente”. El último punto de estos consejos es el más revelador: “No dejarse dominar por el miedo, que disminuyendo las defensas orgánicas, facilita la invasión”.
Pero la gente llevaba muriéndose desde el mes de junio y en noviembre llegaba el pico de la enfermedad, que no se aliviará hasta las navidades. El laboratorio municipal tomó medidas cautelares ya en el verano, con una exhaustiva desinfección de locales públicos, como escuelas, iglesias, teatros e incluso prostíbulos en el barrio de A Ferrería.
Ya en septiembre, el Ayuntamiento había ordenado que fuesen desinfectados todos los días los cafés, hoteles, templos y vehículos de viajeros. El 12 de octubre, se prohibió totalmente la celebración de espectáculos de ningún género, así como las reuniones en los cementerios, ni siquiera para honrar a los muertos. El 16 de octubre, el laboratorio municipal dictó la desinfección diaria de la correspondencia que llega al servicio de Correos. Y fueron cerrados todos los bares y cafés de la ciudad. Desde el 17 de octubre estuvo prohibido el acceso a los tranvías a personas que aparentasen tener fiebre.
Por fin, en Navidades, la situación se relajó porque bajaron los contagios y casi no se registran muertes. Parecía que la pandemia había remitido. En el ‘Diario de Pontevedra’ encontramos una crónica de esos días en que ironizaban con que el ambiente casi festivo en Vigo: “Muchas personas se dedican estos días a tomar bebidas alcohólicas creyendo que esto impide el que la gripe los ataque. Esto es verdaderamente absurdo, y en vez de favorecer al que lo toma lo que hace es predisponerlo al contagio”.
Así que llegó la tercera ola, quizá no sólo por el relajamiento de la gente, sino también por el tiempo atmosférico del invierno o una posible mutación del virus favoreció los nuevos contagios. En este sentido, sigue habiendo debate en la comunidad científica. Pero, como destacó el biólogo vigués Antonio Figueras, del CSIC en Bouzas, “la tercera y última ola comenzó a principios de 1919, duró toda la primavera y causó incluso más casos de enfermedad aunque no fue tan mortal como la segunda”.
Quizás ahora, ante la Navidad y cierto alivio ante la perspectiva de una vacunación masiva, podamos aprender alguna lección de lo que sucedió con la llamada ‘gripe española’. Que tuvo su tercera ola en cuanto los Reyes Magos volvieron grupas hacia el Lejano Oriente.
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