En la ciudad de Vigo acaba de abrirse una nueva entrada de la autopista AP-9. Se trata de un túnel que parte de la céntrica Rúa Lepanto, en las proximidades del centro comercial Vialia, y que enlaza con la autopista, completando, de este modo, las entradas de la Travesía de Vigo y del nudo de García Barbón.
El conjunto de la obra merece las felicitaciones a los proyectistas, a pesar de que resulta indispensable respetar la velocidad que se recomienda a la entrada del túnel para evitar algún susto en las curvas de su interior. El trayecto subterráneo está perfectamente iluminado y señalizado, y enseguida desemboca en plena autopista, en el lateral del centro comercial y de la nueva estación de autobuses.
Lo que no se comprende es la tardanza en la apertura del túnel, motivada, fundamentalmente, por la eterna rivalidad de la Xunta de Galicia y el Concello de Vigo, una contienda que se hace eterna y cansina con independencia de que en ocasiones tenga razón cada una de las partes. En principio sólo iban a ser unos meses de obras y luego, entre unas cosas y otras, se convirtieron en años. Como consecuencia, el pueblo de Vigo siempre resulta el principal perjudicado con estas guerras que conllevan tardanzas e incomodidades.
Con respecto a la nueva estación de autobuses ocurre algo similar. Por fin ya está en marcha, pero con las controversias de siempre. Al final, los usuarios siempre son los perjudicados. Cabe preguntarse si es preciso llevar las discrepancias políticas hasta esos extremos, paralizándolo todo. ¿No podrían resolverse las diferencias sentándose en una mesa con espíritu constructivo?
Hace tiempo que una gran parte de la ciudadanía viguesa está preocupada por las consecuencias de esta guerra interminable entre la Xunta de Galicia y el Concello de Vigo, algo que, sin duda, terminará pasándole factura en las urnas a los políticos de turno. Señoras y señores, no se trata de cansar al público con explicaciones sobre las diferencias ni tampoco el fomentar los dimes y diretes, se trata, simplemente, de facilitar la vida diaria de la ciudadanía, que es lo que se espera de los políticos, porque lo único que quiere la ciudadanía son servicios y no discusiones bizantinas.