Hasta la fecha, A Coruña era el municipio gallego que despuntaba por encima de cualquier otro punto de la comunidad, superando considerablemente a Vigo en todos los aspectos. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XIX, los prohombres de la recién nombrada ciudad consiguieron la concesión real de un pequeño lazareto que permitió aumentar el tráfico naval en torno al litoral de las Rías Baixas.
La importancia de la concesión a la ciudad de la nueva instalación no pasó inadvertida para el resto de los municipios colindantes, localidades, que al igual que pasó con Vigo, también contaban con una floreciente sociedad burguesa cuya situación privilegiada se fraguó gracias a la tímida industria capitalista que empezaba a instalarse en la institucionalmente abandonada comunidad gallega.
Así fue como durante bastantes años después de que la Casa Real le concediese a Norberto Velázquez Moreno la explotación del lazareto, Pontevedra se disputó incesantemente el traslado de las instalaciones viguesas a la Isla de Tambo, la cual consideraban con unas mejores condiciones para asegurar el aislamiento de las tripulaciones investigadas por mor de algún virus o enfermedad. No era el único desencuentro entre ambas localidades.
Justo a la polémica del Lazareto, Vigo recurrió en numerosas ocasiones ante instancias gubernamentales para acceder a la capitalidad de la provincia, la cual fue denegada y en última instancia resulta por la regente en favor de la ciudad pontevedresa. De hecho, el conflicto de la capitalidad entre ambas poblaciones no tardó en trasladarse a la concesión del lazareto. El progresismo vigués, los mismos que se hicieron con la dirección de la instalación, habían públicamente apoyado el levantamiento de 1843 que acabó con la milicia local bombardeando la ciudad de Pontevedra.
Que los directivos del Lazareto fueran conocidos progresistas no gustaba nada al gobernador político de Pontevedra, por lo que las diferencias entre unos y otros acabaron con la destitución del alcaide y del médico consultor, pasando a depender la Junta de Sanidad de Vigo del gobernador de Pontevedra. Villagarcía, A Coruña y Santander también compitieron con Vigo por hacerse con las instalaciones de cuarentena y de todos los beneficios que ello acarreaba hasta el punto en el que las ambiciones de algunas de estas poblaciones llevaron a que el Gobierno aprobara transitoriamente la construcción de nuevos lazaretos.
El de San Simón fue el segundo construido en toda España, después del de Mahón, en Manorca en 1817. Como el establecimiento en Mahón suponía un mayor gasto para las embarcaciones procedentes de América o de Europa, en 1837 se proyectó un nuevo Lazareto que facilitase el tráfico marítimo. Cuando la iniciativa salió a concurso público, pocos se presentaron a la puja, sin embargo fue Norberto Velázquez quien se hizo con la concesión. En tan solo un año, entre 1842 y 1843, habían pasado por el lazareto de 4 a 69 embarcaciones.
El Lazareto contaba con un formado grupo de personal médico y sanitario. Además del propio lazareto, el servicio de sanidad de la ciudad se instrumentaba mediante una Junta principal de Sanidad y un servicio avanzado en las Islas Cíes. La Junta y el puerto contaba con un secretario, un médico, un intérprete, un patrón de falúa, seis marineros, dos prácticos y cuatro marineros. El puesto avanzado de las Islas Cíes contaba con un diputado, un práctico y cuatro marineros. Por su parte, el Lazareto de San Simón, junto con la figura del alcaide y el teniente de alcaide, contaba con un médico, un cirujano sangrador y un capellán párroco, empleados por el Gobierno a propuesta de la Junta Suprema y oyendo la de Vigo; así como dos guardas fijos, que ejercían también como porteros, y tres marineros propuestos por la Junta de Vigo.
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