En ella observamos un enorme buque que transporta coches fabricados en Vigo a otros rincones del mundo; un velero de recreo que se deja llevar por el viento; y un pequeño barco de pesca que vuelve a puerto después de la faena, mientras una gaviota revolotea a su alrededor a la espera de un descuido para hacerse con alguna pieza de pescado. Pero la estampa difícilmente se repite porque el movimiento portuario es incesante, y la luz del sol nunca se refleja del mismo modo sobre su superficie. Barcos de todo tipo surcan las aguas de la misma ría en la que antaño navegaron piratas como Francis Drake, en el siglo XVI, los turcos en el siglo XVII, que fue el escenario de la famosa batalla de Rande a principios del siglo XVIII (concretamente en el año 1702), e incluso navegantes imaginarios como el capitán Nemo a bordo de su Nautilus la visitaron más tarde en busca de un gran tesoro que continúa alimentando la leyenda, porque la ría de Vigo sigue sorprendiendo y embelesando a propios y a foráneos.