Casi se podría decir que una fiesta sin fuegos, sin pulpeiro, sin música y baile, y sin tómbola, no es una fiesta. Luego, se pueden añadir muchas cosas, como las casetas de tiro al blanco, los coches de choque, los tiovivos…, pero la tómbola resulta imprescindible. Sin embargo, quien se divierte en las fiestas se olvida de la vida sacrificada que llevan las personas que asumen este tipo de trabajos, los que están del otro lado, aguantando las inclemencias del tiempo, las enfermedades inoportunas o la afonía de tanto gritar para animar a la clientela… Porque la rentabilidad económica de esos pequeños negocios suele estar al límite para sobrevivir yendo de un lado para otro, siempre sujetos a las fechas del calendario, en algunos casos con hijos en edad escolar…, y a veces con muy pocas comodidades. La de los feriantes es una vida realmente difícil. Pero ellos son los que con sus negocios conforman y animan las fiestas populares, y por eso merecen, cuanto menos, un reconocimiento.